Cuando llegará el día en que todos despojados del interés personal, se unifiquen ideales y se apunte a un mismo rumbo donde el que menos tiene, pueda vivir cómodamente sin tener que pedir favores al que ostenta el poder momentáneo pero que se porta como si fuese eterno su mandato.
Cuando llegará el momento que podamos sentarnos a la mesa sin tener en cuenta razas, credos, colores, idiomas, poder económico y se pueda conversar como hermanos y cada uno se sienta satisfecho de rendir culto a la amistad. Cuando se romperán las fronteras y se pueda transitar libremente por el mundo sin que nadie nos mire como extraños en tierras ajenas. Así como van las cosas, de lograr esta igualdad planetaria con el fin de desterrar la prepotencia, muerte, invasiones, opresiones, explotación, abuso, pobreza, la desocupación y otras lacras más, no lo van hacer las leyes. Está demostrado que cada una de ellas tiene una salida por lo que deja que desear su efectividad. Si no se crean de acuerdo a nuestra realidad, al ser mal interpretadas y aplicadas por extraños intereses; solamente van ser promotoras de la injusticia. Es que muchos se cierran a su significado y dejan de lado totalmente la parte humana que debe estar por encima de todo enfoque legal. Por eso el que enmiende las errores que ocurren a diario, solamente va a ser el mismo hombre si es que entiende que su rol sobre la faz de la tierra, no es el de hacer sufrir a los demás, de arrinconarlo en un callejón sin salida porque así dice la bendita ley, o de vivir subyugando a los demás o de querer ser él y nada más que él. Esta reflexión no es nada nuevo. Se ha dicho hasta el cansancio en todos los idiomas habidos y por haber pero se sigue con lo mismo porque se nota a muchas leguas que falta en muchas personas que tienen la potestad de decidir el futuro de la sociedad, ecuanimidad espiritual y el sentido de solidaridad. No sería aceptable que la conducta humana sea el resultado de traumas, complejos, prejuicios añejos y que afloran cuando se tiene el mando y es cuando se mira a nuestros semejantes como si fueran enemigos. Eso es lo que viene pasando. Vivimos en una sociedad que nos unen profundos lazos de sangre y tradición, pero cada cual, no todos por supuesto, se portan como si estuviesen en guerra y atacan al que no les agrada y no paran hasta no solamente verlo en herido en el suelo, sino sin vida y es cuando recién ríen felices. Por motivos sin importancia o que no vale la pena enfatizar, se vuelven contrincantes y hasta con armas vedadas quieren ganar la batalla. A como de lugar quieren ver en desgracia o derrotado a su casual adversario. No valen justificaciones ni disculpas. El asunto es pelear, ganar y borrarlo del mapa para siempre. En esta batalla sin cuartel, no se escapa nadie, pobre y rico sacan las garras cuando la ambición o la envidia están en juego y se quiere sobresalir para que “no se digan de uno” o porque “nadie se va a burlar de mi” El que se descuida se queda sin piso y se acomoda el que es bueno para nada. La misma vida cotidiana es testigo de esta irracional forma de existir que se ha vuelto norma porque el mismo ser quiere que sea así. Por eso, tan urgente es ir creciendo materialmente como también inculcando una nueva cultura de vida desde la niñez.