NO DA EL ORO LA SAPIENCIA

Cuando  una institución o empresa va camino a la excelencia, en cuanto al personal, no debe haber  la tendencia al favoritismo por rasgos familiares, amicales, generalmente por intereses creados, pues lo máximo  que origina  es la discordia entre los que integran el núcleo  laboral.

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Para evitar  malos entendidos y en pos de mayor calidad humana, si se trata de cubrir plazas con lo mejor del mercado laboral, lo más correcto es, convocar a concursos libres y según la envergadura del cargo, puede ser local, regional, nacional e internacional siempre y cuando las arcas estén en la  capacidad de asumir tan altos costos de un personal calificado. En esta búsqueda de excelsitud,  prima en los resultados, contar con un jurado calificador idóneo y con honestidad comprobada. Ahora, los  que ya ha echado raíces en sus puestos de trabajo, es  que se actualicen constantemente porque nada es estático y todo cambia  con la velocidad de un rayo, por la que debe trabajar de acuerdo a la modernidad y periódicamente sometido a un exámen psicológico en vista que de la realidad a la oscuridad de la mente hay tan sólo un paso. Los tiempos han cambiado y ya no se puede ser indispensable utilizando las mismas técnicas ejecutivas desde aquellos días, hasta que llega  la hora de la jubilación. La   tecnología avanza a pasos agigantados, pero tan rápido  que cuando menos se piensa, nuestros recursos laborales se tornan obsoletos ante la avalancha de las innovaciones en todo campo del ser y del hacer. El servidor eterno que se ha creído lo máximo, por sus atributos físicos,  es allegado al jefe y que siempre hace lo mismo diariamente,  definitivamente pasó a la historia y si no es servicial,  es un elogio a la inercia. Es que si no marcha al compás de las transformaciones que ocurren en el mundo, se desfasa irremediablemente. Entonces ¿Cómo justifica  su aporte laboral sino tiene una productividad aparente que muy bien lo poseen las  personas preparadas? Hago  esta observación en vista que año tras años, egresan de los tecnológicos y universidades una gran cantidad de jóvenes con sapiencia y con ansias de justificar su residencia en la tierra. Si el desarrollo productivo, industrial, comercial, el programa de inversiones del país no marcha  al mismo ritmo o en proporción directa con la cantidad de egresantes, nos podríamos convertir en un terruño de profesionales sin trabajo. Es que el saber sólo da frutos, cuando hay las condiciones necesarias para nacer en flor. Sino sería como ser un agricultor que tiene la semilla pero no tiene la tierra, por la que sembraría solamente vientos y cosecharía oscuridades. En esta parte del camino, habría que dejar de lado las preferencias particulares, para dar paso al talento académico y popular que hayan demostrado creatividad para que sirva de ejemplo y motive a los parásitos sociales a unirse a la cruzada de vislumbrar mayores virtudes en aras de un bienestar ilimitado. En este proceso de cambios, hay que tener una conciencia muy bien cimentada con aureolas futuristas, de tal manera que ante el  cúmulo de aptitudes que requieren los nuevos tiempos, el hombre no se convierta solamente en un fiel coleccionador de títulos, sino que justifique el grado que ostenta con acciones que rompan esquemas y en corto plazo ofrenden mejor calidad de vida a la comunidad. El papel aguanta todo. Por eso de manera muy personal, somos partidarios que la capacidad del hombre no solamente se debe medir por los documentos que certifican su eficiencia, sino por la envergadura, cristalización  y utilidad de sus proyectos en bien de la sociedad, lo que corrobora su creatividad y afán investigativo. Es que en intelectualidad, ni la edad significa experiencia. Hay individuos que llegan a la época de oro después de haber vegetado toda la vida muy orondos bajo la sombra del poderoso por lo que solamente son unas estrellas sin luz. Entonces, lo único que tiene valor, no es el oro o la banda que cuelga en el pecho, sino la contribución artística, científica, económica, social, que ofrenda el hombre contribuyendo a acrecentar el patrimonio cultural de la humanidad.

 

 

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