Cada vez es más el leal reconocimiento a los hombres que escriben la historia de los pueblos con su esfuerzo y sacrificio y muchas veces sin esperar recompensa.
Pasan a mejor vida de un momento a otro, por designio superior, pero nadie, ni siquiera le hace una mención póstuma por su labor desplegada en vida. Más no le veo sentido que se tenga que esperar que las personas mueran para hacerle un homenaje a aquellos seres que hicieron de su existencia un cúmulo de creatividad y bondad y que gracias a sus dones, dieron un aporte a la sociedad y por lo tanto merecen una eterna valoración para que las generaciones venideras vean que el suelo querido es y ha sido cuna de hombres de gran valer y que han dejado grabado con letra de oro e indelebles en el álbum del tiempo sus hechos por los siglos de los siglos. No se puede ser tan frío en este corto paseo terrenal, especialmente los que están en el poder. Colocar en el verdadero sitial que les corresponde a todos aquellos que han sobresalido en alguna actividad del conocimiento humano, es la acción más cabal de alguna autoridad que ama a su región. Es que no podemos ser tan egoístas y vivir solamente pensando en el crecimiento sostenido de la tierra que hoy nos acoge, también es preciso hacer que germinen flores de las manifestaciones espirituales de la colectividad, porque la evolución de las poblaciones es la conjunción del quehacer material con las manifestaciones del alma. No se puede pensar solamente de una manera mecanizada y mercantil. Hay que también propender al avance del conocimiento en pos de una intelectualidad que rompa fronteras y depare el bienestar general que por tantos años ha estado ausente de la humanidad sin futuro. Si en nuestro entorno hay claras muestras de innatismo, de habilidades, de cualidades y que por esos rasgos naturales, sobresalen y vislumbran un horizonte de bienaventuranza, diseñando para la sociedad, un mañana de ventura; merecido tiene el trono de la popularidad y que mejor que se haga por intermedio de una distinción que tal vez no cuesta mucho, pero si tiene un valor incalculable para el que lo recibe y el grupo humano que circunda su quehacer diario y servirá de motivación a las generaciones venideras que verán plenos de conciencia, que sí se realza a la intelectualidad que marca diferencia en un ambiente tan competitivo como es el mundo moderno. Hay tantas formas de hacerlo según su capacidad demostrada. Desde que una plaza, calle o un parque lleve su nombre, hasta las declaraciones de Hijo ilustre, Vecino Notable, una Resolución, Premio a la Cultura, la Medalla de la Ciudad, Grado de Maestro, etc. El ideal y fin es que viendo el sol de la vida, aún goce del aprecio de su gente y sea mirado, admirado e imitado como tal por su labor desplegada y no se le de este galardón cuando ya está de viaje a las estrellas y solo le queda mirar la luz de la eternidad para siempre. El hacerlo es un don del ser humano y negarlo es el peor de los defectos. No quisiera pensar que no se hace porque hay recelo o envidia de parte de aquellos que fueron negados de virtudes pero por los milagros que no faltan, hoy día, a pesar de sus incapacidades, tienen mando. Si así fuera, el que luce un don, qué culpa tiene. Por qué tiene que pagar tan caro las deficiencias de otro que nunca brilló en nada porque solo fue un producto del oportunismo y la casualidad. En este sentido, es preciso, urgente y necesario, que se despojen de intereses creados, desatención, inconciencia y se le otorgue el pódium estelar que les corresponden aquellos seres iluminados que contra toda indiferencia e ingratitud e incompetencia, siguieron hacia adelante prodigando calidad en base a sus atributos natos, dejando huellas imperecederas e inmarchitables para la posteridad.