Utilizar la mentira como una forma de gobierno es muy propia de personas desfasadas en el tiempo y el espacio, cuyas estrategias no dan resultado y acuden a lo más fácil.
Crear desconcierto en la población levantando cortinas de humo o defendiendo postulados que no tiene razón de ser porque más prima la egolatría y el ensañamiento adrede por dádivas impublicables. Es común también formar cúpulas o cofradías, para que en base a un amedrentamiento oculto, ejercer cierto mando contra los demás para fines de lucro personales o familiares o algún apoyo que nunca le falta al ambicioso. Más lo que preocupa es y cuándo se le va a callar la boca a aquellas personas que hablan lo que le viene en gana con tal de subsistir en base al dinero mal habido, demostrar poder poderío bajo no clara premisa. Vociferar sin control, algunas incongruencias, originando desazón en la ciudadanía, solamente por popularidad o falso protagonismo. Cuando la verdad es una sola y no admite disculpas a pesar que sus fieles creyentes contra su voluntad, dan a conocer una bondad que no la tienen ni en sueños. Es cuando aflora la ambición entre los mismos que se denominan hermanos, es que nos vemos caras pero no corazones. Todo porque una gran parte de personas públicas se han dado cuenta, que hacerse los oídos sordos, los eternos desentendidos, o escudero del diablo, o el que no escucha nada si no le conviene; es el negocio más rentable en este momento. No importa que lo insulten, hablen mal de él, lo difamen a la vista y paciencia de todos, lo encaren en plena vía pública, le digan su vida con los más altos e incalificables improperios, lo declaren persona no grata. Lo que importa es solamente cuánto le va a pagar, quedar bien con la agrupación política que le da la vida y lo demás carece de importancia. Más en realidad el mundo no se acaba mañana como para anhelar hasta lo imposible, o hacer lo que se venga en gana. Si cada día hay una alborada de ventura que tarde o temprano nos puede juzgar de aciertos o desventuras en el corto periplo terrenal. En estos casos, los honores recibidos con esfuerzo propio o de oscura procedencia, no garantiza una buen performance en las lides políticas de la ciudad. Lo único que vale es la forma como se encaran los problemas y en qué forma y rapidez se le da solución y el beneficio que se consigue. Dicho en otras palabras, la persona ejecutiva, es la que enarbola la bandera de la concordia y veracidad. Es que oponerse a lo que de lejos se ve que es cierto, es el peor de los yerros del mundo moderno, pero hay tanto sinvergüenza que no le va ni le viene si utiliza la falsía para engatusar a las grandes mayorías ávidas de próximas realizaciones y no de quimeras lejanas. Bajo ese injusto corolario hay quien, trata de aparentar un liderazgo de avanzada, cuando solamente es un servil de los que están arriba y que todo lo soporta porque va tras una migaja de la gran torta nacional. Por supuesto que para que el pueblo no lo censure por sus irregularidades, da trabajo por doquier donde no se necesita esa tipo de mano de obra. No le importa la efectividad de la labor, sino tener contento al futuro votante cuando intente nuevamente colocarse la banda que le da una efímera potestad. Este oscuro proceso se realiza con la venia de sus seguidores y adeptos que les guardan las espaldas y dicen “si” a todo lo que dice el inepto adalid de la injusticia. Más como no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista. Algún día se acabará su noche buena y nos volveremos a encontrar por las calles de siempre y la postura de persona orgullosa y oronda porque estaba amarrado al rey, se verá irremediablemente por el suelo y volverá a la realidad con cara de resignación, y aunque le muestren buena cara, cada cual lo atacará con el puñal del desprecio, por haber sido un consumidor más, que tan solo ansiaba el bienestar para los suyos, pero que nada aportó al desarrollo de la sociedad por no tener corazón.