Según rankings mundiales y nacionales, las Universidades del Sur Peruano específicamente se encuentran relegado a los últimos lugares y de tal inercia no tienen cuando sacudirse.
La calificación se basa en el aporte en investigaciones científicas que se dan a conocer en publicaciones físicas o vía internet. En este sentido, si no se asciende y se coloca en una mejor posición, quiere decir que nuestros afamados magísteres y doctores toman a la docencia universitaria sólo como un medio seguro para obtener un ingreso y si el alumno aprende o no, es irrelevante. Lo que más preocupa es que si los connotados formadores de futuros profesionales han llevado a sus Universidades a estos lugares donde lo único que sobresale es la ínfima calidad de la educación que ofrendan. Reflejan una total inoperancia en adquirir conocimientos nuevos, en ser investigadores, discrepar con la sabiduría existente, ser descubridor de soluciones, ser competitivo y competente. Ser inconforme con lo que sabe, responsable del futuro de su entorno y de la sociedad que lo acoge. Más el asunto cobra un sentido de profunda preocupación y alarma en vista que si a la altura que se encuentran actualmente, en cuanto a edad y productividad; no han dado signos de innovación. No lo van hacer nunca. Lo que no nace no crece. No se le puede pedir frutos al árbol que no florece. Además no sólo deben tratar de acrecentar la productividad, sino dar las pautas para una mejor calidad de vida. De lo que se deduce; si el maestro no un transformador de lo existente, ¿qué se espera del alumno? Solamente va a egresar un profesional improvisado porque sólo se preocupó de aprobar los semestres pero no de aprender lo poco que se le enseñó. Hay que pensar que la educación es efectiva si el alumno tiene en el aula un vivo ejemplo de lo que enseña. El joven se siente motivado a seguir sus pasos porque ha demostrado con hechos y obras su capacidad cognoscitiva. Más si tiene al frente un repetidor de google, o el sabiondo que se llenó de años pero no de sabiduría pero se cree un superdotado, o un servil que adquiere categoría por ser un cófrade sumiso según la situación, o una persona que no tiene historia como educador, que luce los grados, pero nunca solucionó los problemas de la sociedad ni se proyecta con su sapiencia. No trasmite ni simpatía ni empatía por ser tal vez un renegado social que erróneamente cree que él es lo máximo y le interesa un camino la “formación” que pretende hacer. Vale más el brillo del oro y su ambición de su desviada mente que la ofrenda de ideas con tecnología de punta. Sólo es una eminencia dentro de las cuatro paredes del salón que ya se sabe de memoria su trillada perorata educativa; no va a formar al verdadero profesional que la patria necesita porque que la mediocridad marchita el alma. En conclusión, si el alumno llega a la Universidad con no tan buena formación secundaria y se encuentra con catedráticos que ven un negocio redondo en la enseñanza superior, sólo egresará un ser sin humanidad, sin espiritualidad, sin proyección. Sin visión de mundo, con un aprendizaje a medias y en un corto tiempo se convertirá en una carga para la nación a pesar que le dio el título. Como se puede apreciar, el cambio de las estructuras de la enseñanza universitaria necesita una reforma urgente porque el enfermo está grave, se tiene la medicina a la mano pero el paciente no se quiere curar porque se ha acostumbrado a lo fácil en vista que actualmente, no todos felizmente , porque hay honrosas excepciones; quieren ser millonarios sin trabajar.