Querer estar en la cima de la popularidad por siempre recibiendo los honores que depara tal status, en medio de tantos enemigos de turno y hacer caso omiso al dictamen de los grupos mayoritarios con el fin de seguir en actualidad aunque por detrás una gran masa de personas comunes y corrientes estén en su contra; puede la persona estar pecando de soberbia.
La insistencia por un nuevo logro o una meta próxima tiene razón de ser cuando se tiene los atributos necesarios y los resultados se vienen en caravana por su propio peso. Cuando se tiene cualidades sustentadas por títulos y grados y no se hace lo correcto por hacer caso simplemente a pareceres personales, de ciertos sectores o de ideologías que no van de acuerdo con los que más necesitan, no es liderazgo sino simplemente pedantería, sobrevaloración ambición y egoísmo. Esto ocurre en nuestra patria a cada rato y a vista y paciencia de todos. Es que hay personas que a pesar de sus continuos desfases y deslices, aún se creen con autoridad como para pretender manejar o ejercer de guías a quienes buscan un cabecilla para ascender al altar de la gloria. Son tan cínicos que consideran que basta decir “me equivoque”, “esto no se va a volver a repetir” “me va a servir de experiencia” sobra y basta para volver a las andadas. Lo malo es que muchos saben la fórmula mágica del despegue hacia rutas de bondades pero no se llevan a cabo porque algunos se han acostumbrado a vivir de la pobreza ajena. A más dolor hay más oportunidades de trabajo. A más pobreza hay más base para volverse millonarios de la noche a la mañana. Como también ocurre que a menos autoestima hay más ganancias para aquellos que se han acostumbrado a vender ilusiones al pueblo con la venia de las fuerzas vivas de la localidad. El asunto es que cada cual busca su conveniencia y solamente el honrado y el honesto es quien espera que todo se consiga por conducto regular por la que muchas veces hasta se van de este mundo y nunca logra hacer realidad sus sueños. Esto es muy común en el ambiente político. Hay tanta paradoja. Si uno trabaja en un institución y miente o se equivoca, de inmediato le cae una sanción o llamada de atención y en otros casos hasta se pierde el puesto según la falta cometida. Los únicos que no tiene responsabilidad de nada, son los que toman las riendas del país. Su gestión puede ser buena o mala pero siguen ganando igual. Puede ser desastrosa pero nadie lo juzga y si se hace siempre sale airoso en toda lid porque tiene inmunidad parlamentaria. Un rato se le critica, pero luego toda pasa al olvido y los mismos que lo maltrataron votan nuevamente por él para que justifique con trabajo su halo de triunfo por que ya se “arrepintió” de lo que hizo. Si se equivoca el que no sabe, tiene muchos años de perdón, o engaña un niño, es pasable la falta. Pero si comete yerros quien es toda una autoridad política, eso sí que es muy censurable. En este caso, para nadie es un secreto que se pueda escalar las más grandes montañas si se tiene perfecto conocimiento de lo que sabe a hacer. Si la persona años tras años, sabiendo el mal nunca hace nada y a las finales dice que va a realizar lo que no ha hecho a su debido tiempo, es una horrible muestra de cinismo que debe ser censurada con todo el peso de los que tienen el mando provisional. En este sentido, cuando está en juego el futuro de miles de peruanos deseosos de una nueva forma de gobierno. No hay espacio para disculpas, jurar veracidad o ponerse de rodillas para que todo el mundo le crea. La patria no es un botín ni está en disputa como para querer aprovecharse de las circunstancias y después aparecer como santos angelitos y prometer la gloria, cuando bajo su túnica blanca se esconde la cola satánica de la indiferencia e ingratitud contra sus propios hermanos de sangre. Ojala que así no sea.