Cuando se habla de derechos ciudadanos, se refiere a todos los deberes que tienen que cumplir los pobladores con sus semejantes, dentro de los cánones que contempla la ley, incluyendo gobiernos regionales y nacionales.
Dentro de la educación, salud, realización humana, oportunidades de trascendencia; hay un derecho que casi se le da poca importancia, pero que es básico para el desarrollo de la vida humana. Ocurre que los que están a la cabeza de la organización poblacional y son autoridades que rigen los destinos de la población, más se dedican a sembrar fierro y cemento por doquier, como si esa acción fuera la única manera que llevará a la población a mejor puerto. En realidad es una de las tantas formas de salir del estado de postración que se encuentran algunos pueblos del Perú. Se debe tener bien en claro, que el crecimiento está determinado por las obras civiles que nos pueden brindar comodidades y hacer más llevadera la vida, pero a la par; se tiene que avanzar, hermanado con el desarrollo, que significa que la persona debe tener capacidad de curarse, de estudiar, de progresar como ser humano, de cumplir sus sueños, de trazar rutas de ventura para los que vienen detrás de él. De tal manera que pueda heredarle a su prole, no dinero o riquezas de alguna forma; si no la entereza de tener amor al trabajo, de cultivar los valores, de hacer el bien, de proyectarse hacia el futuro, de buscar el bienestar general de manera comunitaria, solidaria e irradiando objetivos comunes. Ese estado ideal de vida, solamente se logra, cimentado la cultura hasta en los rincones más alejados de la heredad nacional. Si aparte del apoyo de las entidades gubernamentales, la empresa privada hace una campaña agresiva para que el pueblo tenga la oportunidad de mostrar sus cualidades artísticas y de esta manera se motive el ambiente cultural en la localidad, se está yendo por buen camino. Este segmento que propende la ejecución y el logro hasta de las más grandes hazañas, así digan que no, los que no ven más allá de sus narices porque lo opaca el brillo del oro mal venido; está totalmente descuidado. Por eso cada vez es más notorio los brotes de violencia y aguda belicosidad de las habitantes de la ciudad. De pequeñas situaciones o malos entendidos, se llega al escándalo, a la ofensa y se hiere por doquier hasta el que no tiene nada que ver en el asunto. Ante un caso común y corriente, unos opinan a favor y de inmediato sale el que lo hace en contra sin importarle si en sus expresiones hay razón o no. Lo que interesa es hablar, buscar culpables gratuitos o hacerse la víctima para sacar provecho de las divergencias rutinarias. Por eso es que diariamente en cada poblado ocurren las más increíbles discusiones que no llevan a ningún derrotero de solución. En este ataque y defensa, donde gana el que más grita; resulta que el panadero se vuelve ingeniero y el que vende abarrotes es abogado y no se le escucha al que tiene la palabra autorizada. Apenas amanece empieza la diaria novela que no tiene cuando acabar y si llega el último capítulo, de inmediato empieza otro, pero aún más trágico que concita la atención de los oyentes y el asunto es que nunca se puede vivir sin problemas porque no están al frente los que verdaderamente deberían estar. La improvisación es el mal de nuestro tiempo y así como van las cosas, sin pecar de pesimismo, tenemos drama para rato. Es que un cambio de mentalidad en los que solamente piensan en acomodarse en el gobierno de turno, haciéndose partidarios a la fuerza y a última hora, en trabajar para comer y darse sus grandes gustos o adquirir riqueza personal, pero avanzar sin ser creativos e innovadores; sin tener visión de país, no se puede esperar otra cosa de la noche a la mañana. El nuevo Perú, requiere de conciencia e identidad y que el único color que debe motivarnos a cada instante, sea el rojo y blanco de nuestro sagrado emblema patrio, por los siglos de los siglos.