LA OPORTUNA REFLEXIÓN

En este ámbito de novedades y sorpresas increíbles, poner el dedo en la llaga, decir la verdad cansado de tanta ignominia, es un verdadero pecado.

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Por eso es que hay tanta gente que sabe, que  conoce de las injusticias que se comete en su alrededor, pero prefiere, callarse porque más fácil es decir esta boca no es mía, que convertirse en un mártir de la verdad, cuando al final, toda una masa se le viene encima, heridos ante el atrevimiento del inconforme que se arriesga, al dar a luz lo que supone la persona común corriente pero que  está más claro que el agua.  Unos, defendiendo lo indefendible,  el comodín que hace causa común por  interés nada más y el que propala la noticia que camina al ritmo de la situación pero siempre sacando su tajada porque en esta vida todo tiene un precio. Al final del laberinto,  el de abultado sueldo; para mantenerse en la palestra y nadie diga nada; tiene  que convertirse en caja chica de todo aquel que vende su silencio al mejor postor. El que no se alinea a esta extraña forma de  ser popular y representante de un sector público, simplemente queda por lo suelos porque se le viene en avalancha todo un rollo de acusaciones habidas y por haber. Es que aún hay los que negocian   su conciencia a vista y paciencia de todo un pueblo que espera lo mejor de los que representan el arte, la cultura, la ciencia y tecnología en su entorno cotidiano. En este horizonte cruel, ocurre lo inaudito, ante una realidad evidente que se denuncia públicamente, ahí mismo salta el aparentemente ofendido  y mueve  cielo y tierra y trata de callarle la boca al que habla y al que da cabida al denunciante con un billete de varios  ceros a la derecha, para quien lanzó su voz de protesta,  se quede sin tribuna. Aparte que empieza a recibir insultos, amenazas de manera anónima con la que tratan de  mellar su entereza  y no diga nada y hasta se le pide que se retracte para que siga  la ruleta de la inmoralidad favoreciendo al que menos se merece. Se le saca debilidades de épocas pasadas y como si fuera una guerra, la lucha es sin cuartel por tratar de limpiar la imagen. Al final entra a tallar la ley y como es sabido, el  ordenamiento jurídico no siempre simboliza justicia por los vacíos que tiene; las penas ni son suficientes  para castigar el delito, ni muchos menos convencen los resultados. Después de todo, lo único que quedan, son enemistades, apelaciones y la cosa se va enfriando, de tal manera que las condenas no significan el verdadero peso de la ley, ni sirven  de escarmiento para que no se vuelva repetir el vejamen. No falta quien se desaparece del escenario político y aparece después de cierto tiempo cuando la pena prescribió y reanuda su existencia libre de polvo y paja y hasta se da el lujo de considerarse un ejemplo de probidad. Este es  el gran drama que enfrentan muchos pueblos del mundo y que no tiene cuando acabar. Es tanta la inconciencia, que de la noche a la mañana aparecen los justicieros de turno, los acusadores sin cuartel, los sumisos sin sangre en la cara, los líderes de la oscuridad, los serviles que hacen causa común al nepotismo y se rebelan cuando lo dejan  sin piso, los sabios  en su nube de ilusiones, las eminencias de cristal que se quiebran con el viento, los convenidos que utilizan el poder para lucrar, los científicos graduados en la universidad de la casualidad, que quieren cambiar al mundo bajo una bandera  ideológica que huele   a  tragedia con tan solo mentar su nombre. Cuando lo único que salvará  a las masas oprimidas del yugo del abandono y pobreza, es el conocimiento obtenido con esfuerzo, en la edad aparente, con méritos propios  y plenos de creatividad con proyección futura y no simples seguidores y repetidores de lo ya dicho y que los convierte en baluartes pero de la monotonía y de continuar así; seguirá el  desfile de la caravana interminable de iluminados pero sus luces por ser débiles, sólo alumbrarán el fango del abismo y no hacia un mañana pleno de prosperidad.

 

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