TRAS LOS PASOS PERDIDOS

Nunca es tarde para empezar ni muy temprano como para esperar que vengan mejores tiempos.
 
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En este proceso de transformaciones humanas para mejoras personales, la lucha por la excelsitud, se hace más llevadera; si aquellos que tienen que ver con los logros de la comunidad, se ponen de pie para servir de apoyo a la cristalización de ideales cuyos objetivos son comunes. Cuantos hay que emprenden una empresa, proyectos en bien de las grandes mayorías pero se les da la espalda si no estén bajo una bandera política o  no obedece  a intereses creados. Cuando llegará el día que las cosas se hagan por ser de suma necesidad y no por figuración y sacar provecho de la acción realizada con fines personales o de lucro o de buscar adeptos  con fines de poder. Aquello “que nadie trabaja por gusto” sigue vigente como si fuera de ayer no más. La ambición es lo que prima y la bondad de los corazones no se ve a cada rato. El que hace un favor, es como una deuda por la que tiene que ser objeto  de una dadiva a cambio. Todo se hace con ida y vuelta, aunque sea insignificante pero poco es lo que se realiza sin esperar recompensa. Así avanza la sociedad. La modernidad, la competencia, la productividad, si bien es cierto que marca diferencia en la actualidad  y resulta necesaria;  a la misma vez, ha creado una casta de seres sin alma pero animados que todo lo ven negocio o sacar su tajada por encima de quien sea. Están prestos a brindar ayuda pero a penas lo hacen, te dicen ¿cómo es? Y si no se cumple, jamás te sirven, hasta se pasan la voz y toda la argolla le da  las espaldas, hasta  la misma familia inclusive. Por eso es que ya no es raro que entre parientes, públicamente se saquen las uñas como si fueran extraños. Con gente así para que se quiere enemigos. En estos tiempos, lo que también resulta alarmante, es como cuando hay dinero de por medio; salen de sus escondites unos personajes que se vuelven políticos, consejeros, acompañantes,  promotores y dan muestras de conocer de todo con el fin de convencer al que ansía la corona, pero lo único que pretenden, es sacar la suya y si les liga el cetro de oro, qué no más pedirán a cambio de su apoyo que según ellos en un inicio era gratuito. Por eso en verdad, que así como está el ambiente, ya no hay confianza con nadie. El malo se vuelve ángel, el ángel se vuelve  bueno, entonces ¿en quien confiar?. Ya no se cree ni en la blanca pureza de seres terrenales, ni en aquellos que gozan del sueño eterno. Solamente hay confianza en los actos divinales y en lo que se hace con las propias manos cuando el fin es el amor universal. La respuesta es clara y precisa: Solo en uno mismo. Ya no se puede esperanzarse en los demás porque hay quienes están al acecho, el primer descuido y te hacen tomar de la misma medicina. O de lo contrario como de la vida a la muerte hay solo un paso, de inmediato se acortan las distancias y se pasa del al silencio eterno. La situación es alarmante, no se puede ser  ni justiciero ni delincuente porque todo tiene su precio estipulado. Hasta en las grandes capitales y en las más altas esferas estatales, el delito subsiste como en las etapas donde se convive con la pobreza desde  que raya la aurora. No hay un lugar estricto para la felicidad como no hay un paraje exclusivo para el hambre. Todo sucede porque el mismo hombre lo origina, motiva o condena. Siempre hay alguien quien con sus malvados designios al pie de la letra, cava la zanja del olvido para todo aquel que está mal parado para beneplácito del que propende el mal y para desagracia del que no es beneficiado. El que grita es atendido y el que no lo hace, muere en la orfandad, por otra parte, el que hace bulla  es atendido y el que calla lo sepultan olímpicamente en vida en el cementerio de la indiferencia. Hay varias formas de morir porque nadie es dueño de la existencia, pero la más significante, es defendiendo los honores de la patria en las buenas y las malas. Como también escribiendo un verso, así el único lector o espectador sea el silencio donde el mediocre triunfa porque negocia su mutismo y es condenado al sepulcro quien alza su voz, porque ante el poderoso el peor  pecado es decir la verdad.
 

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