La adquisición de conocimientos profundos en toda su dimensión, sería solamente una acumulación de sabiduría sino se proyecta a la comunidad con fines comunes.
Tampoco significa aquella sapiencia que la persona se convertirá en corto plazo, en un baluarte del desarrollo nacional, si no está formada espiritualmente. El hecho de ser sabio; no asegura la transformación de la persona en un ser pleno de humildad y humanidad; condiciones fundamentales para lograr el éxito cabal. Si no se consolida la unidad cósmica que representa el hombre; no está apto para ser un auténtico conductor de masas hacia los más altos confines de la excelencia humana. Ni los más grandes títulos, honores y diplomas logrados en afamadas instituciones superiores aseguran que los egresados se van a constituir en pilares de nuevos tiempos para la sociedad. La verdadera energía que hace del hombre un genuino y creativo líder social y nacional, es un halo natural y no es otra cosa que el reflejo de las entrañas divinales cuajadas a base del amor sincero. Por eso los reales luchadores no son quizás los más inteligentes o que marcan la diferencia por su talento o son los que más gritan o incitan a la violencia Los adalides del mundo nuevo son los más conocedores del alma humana y es propiedad solamente de los grandes hombres que buscan la satisfacción y el bienestar de los más necesitados; inclusive dejando a segundo plano, sus propias necesidades. Es que tienen un alto grado de responsabilidad en el cumplimiento de su misión en la tierra y está centrado en el servir sin esperar recompensa. Eso de buscar simplemente su “tajada”; no va con ellos. Su conciencia es tan humanizada, que no hay espacio para mezquinas vanalidades; muy propias de los mediocres que ven a la vida como un carrusel de oportunidades y lo que más importa es la riqueza personal; cuando lo más esencial es la grandeza intelectual siempre y cuando este al servicio de la humanidad.