Cuando una patria avanza de tumbo en tumbo perdido en la nebulosa penumbra de la incertidumbre, los más grandes sueños de ventura se truncan irremediablemente y la existencia pierde el brillo que se requiere para alumbrar los pasos perdidos en la noche sin nombre y emprender con animosidad, por la ruta del cambio en base a capacidades idóneas.
Así digan lo contrario, todo clima de zozobra, encadena las inquietudes luminosas de los hombres del mañana y con avidez de transformaciones. Es que pocos superan el amargo trance y una gran mayoría vive la vida por cumplir al no ser atractivo el discurrir a paso apurado por este mundo tan nuestro y ajeno a la vez. Aunque está al alcance de quien lo necesita y puede, las más grandes suntuosidades embriagadoras; tienen un precio estipulado que en el mercado de las necesidades nadie puede evadir. Pero a veces hay estados imposibles de adquirir; porque la serenidad no se vende en el mercado de las voluntades. Es que en este mundo, las grandes realizaciones llenan de gloria a quien los realiza y tanta es la fama que pasa desapercibido el resto de hermanos que a duras penas hace lo imposible por sobrevivir a pesar que tiene calidad humana. Más que puede hacer un minúsculo grupo de humildes caminantes contra un ejército de orgullosos y pedantes que solamente creen en lo que hay en sus bolsillos. Pero así avanza la existencia, unas con triunfos placenteros y otras con desgracias aniquilantes. Lo único que le queda al que no tiene nada, solamente sobrevivir de las migajas del que tiene el dominio del ambiente en base al poder pasajero. No hay una equidad que equilibre las acciones del hombre. Cada cual hace las cosas a su manera y el que se opone recibe la rechifla multitudinaria. Una queja por muy dura que sea, no conmueve ni a la más eminente autoridad. Sus oídos están acostumbrados solamente a los halagos y no a escuchar dolamas ajenas. Cada cual busca su rumbo desde su óptica de capacidades y si para ascender hay que enterrar en vida al vecino y se hace sin ver las consecuencias, es que es tanta la deshumanización de los seres que no hay tiempo para lamentaciones. Se piensa que la vida moderna exige sagacidad, dureza y no tristes plañideras que se conduelen hasta cuando muere la tarde. El valor está en enfrentar con garra todo inconveniente en la vida, menos si viene de quienes irradian sus poderes a diestra y siniestra por un oscuro mandato popular. Como la mayoría de los casos los jefes no son líderes, esta actitud origina una secuela de explotación y miseria y las cosas andan de cabeza mientras se alegra el que nada le falta, en el sitial ganado por sumisión ante el poderoso que no le agrada la presencia del que reclama con razón. El asunto es que todo avanza aparentemente entre la acusación y la defensa donde pocos terminan condenados por la santa ley. Generalmente al final pagan las culpas los que nunca hicieron nada. Por eso es que el delincuente se vuelve más fino y el honrado a carta cabal, no es de confianza en ninguna institución. Solamente vale el servil y el que vende hasta su conciencia. El que no entra a tallar en esta oferta de voluntades se queda desfasado en el tiempo y el espacio y no es bueno para satisfacer sus negros deseos de grandeza del oportunista a costa de otros. El hombre se ha vuelto verdugo de su propia especie, explotador de su propia sangre y le pone grilletes a la imaginación de quienes viven bajo un mismo cielo. A este paso la destrucción del hombre por el hombre se acerca. No lo va a matar una bomba química, si no la boca envidiosa y egoísta de quien sólo piensa en comer e insulta, aborrece y se deshace de todo aquel que no se alinea en su lucha por acaparar la atención del que tiene el cetro y está obligado a velar por su futuro ya que por algo le dio su voto de respaldo en las elecciones pasadas y le daría nuevamente siempre y cuando le prometa ser el mejor integrante de su funesta corte de mediocridad.