Después de haber visto a la patria entre bonanza y desocupación, consideramos que será más viable vislumbrar un horizonte de progreso, si toman las riendas de los pueblos, auténticos profesionales de capacidad comprobada y con carreras afines a la acción de gobernar.
Esta afirmación no está expresada con animadversión, ni tratando de herir a nadie. Los resultados están a la vista. El que tiene por costumbre hacer lío, laberinto, levantar a los grupos sociales, tirar piedras, lanzar insultos a diestra y siniestra, utilizar la mentira, no quiere decir que este capacitado para agarrar el timón de la patria. Solamente aquel que es creativo, innovador, transformador, pleno de empatía, debe estar conduciendo los destinos del país, pero debe ser totalmente imparcial, de tal manera que muera el nepotismo o la formación de “cofradías” y los que están acostumbrados a vivir bajo la sombra del poderoso, lo mejor que tienen que hacer es aprender a trabajar y dejar de lado la sumisión y el servilismo porque hay que tener dignidad, convicciones y conciencia social e identidad nacional. Además ya están muy grandes para andar por las calles de día y con sol luciendo los grilletes de su esclavitud mental. Los puestos de mando deben ser de aquel que es capaz de valorar la intelectualidad del pueblo y colocarlo a cada uno en el umbral que se merece. Ya no más improvisación o rodearse de incondicionales que dicen a todo ¡si!, aunque la orden vaya contra sus propios principios personales. La única forma de tener un Perú rumbo al esplendor, es laborar con las puertas abiertas y de manera cristalina. La terquedad, la falsía, el egoísmo, la prepotencia, la ambición no debe ser parte de la personalidad de un gobernante que anhela servir sin esperar recompensa. Sólo debe haber un profundo conocimiento de lo que es necesario para seguir adelante de acuerdo a las nuevas tecnologías que imperan en el mundo y trabajar en equipo con espíritu solidario para que no haya necesidades en esta faz roja y blanca. Para lograr este sueño, se requiere de personas desprendidas, verdaderos adalides de justicia, líderes de avanzada, baluartes del cambio en base a la sabiduría. No debe haber un espacio en los claustros gubernamentales para los que sólo buscan riquezas a través del poder. Este suelo heroico no es botín de nadie, ni despensa del que se cree muy listo y luce el ímpetu de rey, cuando la aureola que muestra proviene de oscuros orígenes. Es preciso que todos avancen de acuerdo a la modernidad, sin olvidar sus raíces, pero mirando al futuro con la confianza a flor de labios. Para ello, cada cual debe constituirse en parte fundamental de todo el mecanismo que nos va a llevar a las grandes dimensiones del bienestar general. Sabemos que es un tanto utópico lo que planteamos, pero si otros lo han hecho, qué nos falta a nosotros para vivir en paz y con amor. Con una buena elección sobre lo que queremos ser, se puede emprender la gran carrera hacia logros de ventura. Para ello, cada cual debe ser un valeroso soldado en la gran lucha por romper viejos sistemas obsoletos de convivencia y tratar de ascender a la montaña en base su superación personal en busca de mejor calidad de vida. Los métodos están al alcance de todos porque residen en cada uno de nosotros. Lo único que falta es definir el rol que desempeñamos dentro de la sociedad y a donde queremos llegar. Con un panorama lleno de luz divinal, el éxito está asegurado