De un tiempo a esta parte, por tanta necesidad, los capitales disponibles sólo propenden el crecimiento y el desarrollo social se va quedando de lado.
Lo que pide el pueblo es trabajo y si es posible para toda la parentela, como si el mundo se va acabar. Las autoridades de turno con el fin de quedar bien con la colectividad, hacen esfuerzos para que esto ocurra con el fin de demostrar que se está atendiendo a los grupos humanos en sus requerimientos y de esta forma llegar a un buen puerto cuando finalice el mandato y nadie critique. Es por eso que se da un tremendo auge a las obras civiles sean útiles o no; el asunto es que el pueblo no reclame y este contento con los que tienen el poder pasajero. Bajo esta premisa tanto la población y el gobernante llevan la situación y tratan que así sea para beneplácito de ambos. Si bien es cierto que sembrar fierro y cemento da comodidades y trabajo temporal al ser la mano de obra del lugar. Si no son obras que originen labores permanentes, sólo se está aplacando el hambre de una minoría por un tiempo nada más y resulta una medida engañosa porque pasado los meses, nuevamente se viene con la misma cantaleta de la desocupación. Por eso es conveniente que se cristalicen proyectos de gran envergadura en su máxima dimensión, pero que tengan que ver en algo con la industrialización de las materias primas del lugar especialmente o de sitios aledaños con el fin que crear fuentes de trabajo estable para la comunidad. Los que son de corto alcance sólo por un periodo, mantiene a la gente ocupada y luego nuevamente surge el reclamo por un puesto de trabajo para beneficio de la familia. En un país en vías de trascendencia es lo más normal que ocurra. Más es preciso cambiar de mentalidad. El adulto no sólo debe ser una máquina de hacer plata de donde sea y como sea. También debe ser un promotor de cultura en su hogar según su sapiencia o al menos motivar en su prole a la aprehensión de segmentos nuevos que tengan que ver con su formación personal, profesional y espiritual y según sus alcances, abrir las puertas a las manifestaciones del alma. Más si en el medio ambiente todo es material y la espiritualidad no existe, la persona que está ansiosa de realizarse en el campo de la armonía interior, se siente fracasada y se va contagiando de esa inercia circundante y termina por ser un miembro más de la rutina diaria, cuyo universo de acción es reducido por las pocas oportunidades de expansión artística para sus anhelos de solaz esparcimiento. En este sentido se hace urgente y necesario que el avance de la sociedad valla a la par con las costumbres, las tradiciones. Es que compenetrarse con lo típico del lugar es lo que crea identidad con la tierra que lo vio nacer o es su residencia por adopción. Por eso se precisa la difusión de lo autóctono del lugar o de lo que el pueblo practica y que los talentos expanden con clase, especialmente en la juventud para que esos reflejos del ayer no mueran. Las instituciones culturales deben propender a que se enseñe en todos los niveles dichas manifestaciones del ser. Más para ello deben estar dirigidas por los auténticos artistas de comprobada trayectoria. De igual manera los que enseñen, deben ser cultores que lo practican y han demostrado su calidad a través del tiempo y el espacio. De ninguna manera estos entes deben ser reductos de gente improvisada, o comodines que por sumisión, servilismo o favores políticos, llegan a esos escaños originando el atraso cruel de la euforia sutil, por sus ineptitudes que se notan a más de una legua. Despojándose de esas personas que se vuelven artistas a última hora por dinero o que fingen cualidad; pero que nunca le ganaron a nadie; se podrá asegurar un futuro promisorio cabal en la que se conjugue la realización personal y las expresiones del arte integral que junto con el conocimiento, son las únicas fuentes de grandeza que deparan el bienestar general y la felicidad total.