En la acción de elegir a la persona indicada para que este al frente de la empresa debe ser con toda imparcialidad y debe tener todo un cúmulo de virtudes.
No debe ser cualquiera, porque es fácil de manejar, es mi amigo, es mi familia. Lo que debe primar es la capacidad intelectual, inteligencia emocional y su creatividad. De lo contrario el nombramiento o la designación puede con presión y amenazas avizorar un futuro promisorio pero no duradero a la organización, pero como grupo humano, se trabajará solamente por obligación más no a gusto por que no es la persona adecuada que tienen al frente.
En los centros laborales no falta el que se convierte en el brazo derecho del empresario por sus inmensas capacidades como también utilizando malas artes. Si es porque lo vale, al poseer una sapiencia demostrable y porque sus meritos lo avalan, no hay nada que objetar. Pero hay otros que se ganan la confianza sobrevalorando su producción y se ponen a la cabeza de todos con la venia del superior porque le gustan personas sumisas que obedezcan calladamente, pero en el fondo solamente es un ser falso que quiere aparentar lo que no es. En este, caso se crea una posición de ser omnipotente, que sabe mucho cuando en realidad, el trabajo lo hacen otros mientras que él se jacta que todo hace. Esto ocurre en todo lugar, hasta en las mejores familias. Por eso es preciso diferenciar bien entre un jefe y lo que es un líder. Partimos de un punto de vista general. Todos deben apuntar hacia un mismo derrotero para que la empresa siempre este en el lugar que le corresponde y su crecimiento no sea interrumpido. Ahora en cuanto al rendimiento de cada trabajador, debe ser óptimo por supuesto. Pero dentro de todo el personal siempre hay categorías y por muy jefe que sea, debe respetar las capacidades de los trabajadores. El hecho de estar arriba no quiere decir que sabe todo y que puede menospreciar a los demás. Muchas veces los puestos caen del cielo o se logran de la casualidad, inclusive, ni siquiera se sabe como llegó a ocupar tal escaño.
Es que muchas veces una buena recomendación o un falso grado, vale más que la experiencia o los títulos logrados con esfuerzo. En este caso es preciso ser conciente que al personal hay que respetarlo y ponerlo en su lugar al que le corresponde. No es que se fomente la indisciplina sino más bien reconocer los meritos de las personas. Un jefe que se la cree demasiado, sólo origina desconcierto y descontento entre los trabajadores. En este caso el jefe tiene que ser muy sensato para saber como actuar, no creerse de otro lote porque eso cae mal en el personal. Con mayor razón si usa la falsía para acusar ante el superior a sus propios compañeros y pasar solamente él como el bueno de la película, cuando no es así. En este sentido, la sinceridad y la catalogación del personal a su cargo depende el éxito de la empresa. Todos tienen un lugar ganado por sus años de servicio y un jefe por mucho que lo sea, no debe desconocer los peldaños conseguidos con sapiencia. Con mayor razón, si el ascenso se debe al oportunismo o por que es hincha de hacer del chisme su forma de trabajo. No hay que buscar defectos donde no existe, ni aptitudes en el que no lo tiene. Menos dar rienda suelta a una persona que se gana el aprecio del directorio a costa de someter al miedo a los trabajadores. Ese reinado no dura toda la vida y cuando se llega a saber toda la verdad, la condena es eterna. No hay nada más hermoso trabajar con libertad y con quien sabe de veras el trabajo que hace. Lo demás pasa a segundo plano. Es que la presión mata la creatividad del hombre y la sumisión aletarga la mente del ser y lo convierte en un esclavo de sus propias ambiciones.