Si cuando el reclamo es justo, se quiere que la policía o el ejército disparen a matar a los que aparentemente son revoltosos, infiltrados o terroristas, entonces estamos frente a una casi dictadura disfrazada de democracia que a nada bueno conduce.
Si cuando se deben solucionar los problemas en el momento oportuno, solo se muestra indiferencia e ingratitud, se puede pensar que al gobierno no le importa lo que le sucede al pueblo. Si ante el desorden originado por que no se les hace justicia, se quiere tomar represalias contra los que están a la cabeza del movimiento, ocurre que es una desatinada forma ejercer mando que origina una desgobernabilidad alarmante. Cuando hay desatinados sucesos que el pueblo repudia y no desea que se repitan nunca más. Se llega a una conclusión que ojala no sea cierto. Si un legislador pertenece a una bancada, no puede reclamar contra su propio partido así exista causa, porque si no se toman represalias contra el inconforme. Dicho en otras palabras, así tenga la razón, hay que hacer causa común con el error. Por qué no se le puede decir sus verdades así sea a los integrantes de mi propio partido, si solamente es para que se arreglen las cosas y no se siga tapando los desfases que a la corta y a la larga, es el pueblo el pagano. En este caso, de qué libertades se está hablando. Solamente cuando conviene se muestra rectitud y cuando no, se hace caso omiso y al que reclama se le aplica toda reprimenda o el peso de la ley. En este caso se está mancillando las libertades personales y se está creando una clase de sumisos y serviles que solamente danzan al compás del billete que se le pone en sus manos o gozan de preferencias solamente por su acendrado mutismo. Por eso, el silencio es muchas veces más peligroso que la palabra por la que hay que tener en cuenta que esto surge generalmente de la incapacidad de pensar y de definir una ruta propia cuando el instante es apremiante. Si solamente se vive de lo que dice el que tiene el poder en sus manos y hay que cumplir estrictamente sea a favor o en contra, estamos yendo sin derrotero, directo al abismo de la oscuridad y a merced de una clase dominante que a través de falsedades y puras promesas, se está pintando un paraíso que a las finales resulta una fantasía. Si lo importante es solo la obediencia, para ser un buen militante; todo liderazgo cae por lo suelos ante la arremetida del poder. Si al drama que vive el pueblo se le minimiza y se habla de grandezas que solamente la tiene un sector pero la mayoría padece. Esta falta de realismo para enfocar y opinar sobre lo que de lejos se nota, no es otra cosa que un vil engaño de día y con sol.
Por eso a mi modo de ver, el día que se califique a las acciones nacionales tan solo con la verdad, honestidad y sinceridad, recién estaremos empezando a formar el verdadero Perú que todos anhelan, pleno de amor y paz. Cuando los partidos se olviden de los famosos invitados cuando hay una justa electoral y solo tengan acceso a sus filas auténticos baluartes con formación política, volverán a tener solidez y sus actos serán en bien de las grandes mayorías. Cuando ya no se siga viviendo de glorias pasadas y de figuras desteñidas por el tiempo porque ya llegaron a su nivel de incompetencia, habrá esperanzas en una patria nueva. Cuando los que lleven las riendas del país, sin ninguna excepción, tengan profesiones afines a la actitud de gobernar, podremos decir que ya no habrá improvisados al frente del aparato estatal. Cuando nuestra juventud actual se prepare con ahínco y espíritu emprendedor e innovador para tomar el timón de la nación y dirigirlo con éxito hacia horizontes de gloria. Se podrá tener confianza que toda una era de tropiezos y fracasos, por fin terminó. Será cuando todos los peruanos podrán mirar el futuro plenos de esperanzas y dirán “no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista”