En realidad, todas las ciudades que están en vías de desarrollo, atraviesan por sendos problemas que truncan su paso hacia el umbral de la excelencia, pero si se hace un análisis concienzudo sobre las causas por qué ocurre, nos damos con la sorpresa que casi todas las urbes padecen el mismo mal. Sucede, salvo en no tan considerables excepciones, en las instituciones que rigen los destinos de las regiones, no cuentan con un personal especializado y actualizado en conocimientos de acuerdo a la modernidad.
Solo figuran en sus filas quienes apoyaron en las campañas, a los amigos, familiares, a los que ya cumplieron su ciclo vital de trabajo pero quieren seguir en la palestra a pesar que no le ha ganado a nadie. Esta la razón porque no se cumplen los objetivos trazados y se propende al desarrollo sostenido. Una gran mayoría, sólo va por el sueldo que va a recibir al mes pero no se identifica con el ente y no le importa nada los objetivos que tiene para con la sociedad. Por eso es que de nada valen las promesas de cambio y proyectos de envergadura que se pueden hacer, cuando no hay la entronización necesaria con lo que se está haciendo, lo que se quiere hacer y a donde se quiere llegar. Ya no estamos en las épocas en que la improvisación, el oportunismo, el sensacionalismo estaba a la orden del día, en la cual bastaba tener el puesto de mando, luego se asesoraban y todo marchaba viento en popa. Ahora el que está a la cabeza, no basta con buenas sus intenciones de querer ser autoridad simplemente por ser una meta personal; sino que tiene que poseer sapiencia en lo que es administración, economía, política y sobre todo ser desprendido, servicial y la facultad de adelantarse a su tiempo, vaticinar el futuro y trabajar en esa dirección para brindar bienestar general y mejor calidad de vida. Si no es así, acabará su periodo sin pena ni gloria y no lo salva ni un milagro porque las causalidades no existen. Esta es la razón por la que ingresan con bombos y platillos al poder y luego se retiran bajo un silencio sepulcral o repudiados por el pueblo por su falta de convicción. Por eso es muy necesario saber perder y ganar; el que no sabe debe aprender y si no tiene la facultad de la humildad mejor que no lo intente, porque hará el ridículo y la historia lo señalara hasta por varias generaciones. Ya no es la época de los bichos que estaban acostumbrados a vivir a la sombra del poder y por esa cercanía, hasta tenían poder de decisión, sobre todo en la recomendación de personal de su agrado. Lo que si se nota con tristeza, que aún siguen existiendo los serviles y sumisos que a todo dice “si” con el fin de conservar el puesto y sabiendo con que pie cojean, todavía tienen la desfachatez de darse unos aires de eminencia cuando no lo son ni lo serán ni en sueños. La cultura de la trascendencia emprendedora, se cultiva en el espíritu y no valiéndose de las amistades o del que tiene la corona de oro. Cada cual se forma su atril de triunfos, pues si se acostumbra a vivir de la voluntad ajena, o pidiendo a todos apoyo llegando al límite de pedir dinero, aparentando una mendicidad que no es otra cosa que avaricia; cualquier momento se le acaba la cuerda y cae al abismo y no se levantará jamás porque no tiene la sapiencia suficiente como para capear el temporal y nadie le dará la mano porque solo dio muestras de ambición y vanidad. Por eso, si alguna institución en la actualidad, tiene en sus filas personas como las que he descrito, su futuro esta cantado. Librarse de ese peso pesado debe ser de inmediato, porque de lo contrario, lo que pudo ser todo un crisol de bondades, se puede tornar en una oscuridad total, nublado el futuro de una población que no tiene la culpa de las incapacidades ajenas.