Alabarse así mismo con epítetos que denotan excelencia y de una u otra forma, menospreciando a los demás que caminan por el mismo sendero, es un claro síntoma de mediocridad e incompetencia conductual.
Es que cada cual tiene sus atributos bien puestos que lo diferencian de los demás. Hasta la persona más insignificante, tiene algo que no tienen los otros que conforman su entorno social. En este sentido, el que se cree de otra galaxia por sus conocimientos según él, pleno de modernidad; si no se proyecta a la comunidad y no se hace presente en el mismo campo de acción, tarde o temprano cae por su propio peso y solamente será un sabio que sabe para sí mismo pero que no es capaz de cambiar al mundo con su tan mentada sapiencia. El que no rompe la barrera que separa su académica vertiente, con el escenario donde la pobreza y riqueza conviven de la mano para que la inconciencia prospere, el connotado talento no aperturará nuevos senderos de desarrollo sostenido porque nada se hace con puras palabras sino con la acción inmediata y poniendo la cara donde la critica bien lo cataloga de rey como también el más ruin de los humanos. Es que ninguna egolatría, orgullo o vanidad, tiene el don de la eternidad. En cualquier momento se derrumba la torre que mantenía sus lauros de gloria y resulta que sin la aureola de grandiosidad que le da una banda sobre el pecho; hay seres desgraciadamente que no son ni la sombra de lo que aparentan. En esta reflexión dejo en claro que el fin de las personas es hacer las cosas bien y dónde reside la clave para lograr este umbral de calidad. En los requisitos que se debe tener para lograr lo que se quiere. Pero no solamente basta la sabiduría, sino humanidad y humildad. Por eso es que hay intelectuales de capacidad comprobada pero que fácilmente delinquen como cualquier hijo de vecino. O acaso no abundan los ejemplo de moral de la boca para afuera pero que si se ingresa un poco a su mundo interior, resulta que el rostro que luce es tan solo una careta de bondad que oculta a un ser lleno de negativismo y maldad. Justamente ellos son los que cuando nada tienen, a todo envidian y cuando llegan a un sitial de honor, lo primero que hace es mostrar su verdadera personalidad y resulta que no era real tanta belleza. Algo de eso tienen los que hoy día se elevan como espuma dentro de su nube de ilusiones y creen erróneamente que lo pasado, pasado está y para los que no lo conocen, son unas mansas ovejas, cuando en el fondo tienen la ponzoña de la más vil alimaña. Hasta hay quienes han hecho una forma de vivir haciendo daño a los demás, mientras que los de su cúpula tienen todos los beneficios habidos y por haber. El que esta dentro de la caverna donde ser sumiso es la primera condición, como goza de todo, no le interesa lo que pasa afuera e inclusive, no quiere de ninguna que acabe el mandato del que le da el aire para poder existir. Pero el de afuera, pide cambio a gritos con la esperanza que venga sea mejor. Ahí está el problema. De lo que se deduce, no por que estamos bien, debemos permitir que los demás agonicen sin oportunidades heridos por el dardo de la indeferencia y la ingratitud. Por eso la equidad, igualdad, no debe ser una palabra bonita que solamente se utilice en los slogans institucionales como adorno, sino una profunda norma de vida y que siempre vaya de menos a más. Así debe ser, aunque todos sabemos que su real aplicación significa dejar sin piso, cortarle las alas, atarlos de pies y manos, a muchos que se han acostumbrado a lucir una falsa apariencia, como símbolo de capacidad y calidad humana.