Las propuestas de índole cultural cuando nacen con el único propósito de engrandecer este segmento humano muchas veces olvidado y trata con alma vida y corazón, perennizar las manifestaciones espirituales del hombre, no tiene bandera ni color político alguno.
Las ideas innovadoras y transformadoras, deben estar despojadas de todo tipo de fanatismo, figuración, partidarismo o de enriquecimiento a costa de promover, cimentar la ofrenda de las cualidades innatas en aras de un mundo mejor. Para que los frutos se vean a corto plazo, es necesario que exista en la persona un desprendimiento total, una entrega sin límites a las causas de las grandes mayorías que anhelan un instante de sano esparcimiento a través de sus propias inspiraciones y múltiples inventivas, ansias de trabajar por un ideal común donde no solamente haya una buena voluntad de servir sin esperar recompensa, sino también un profundo conocimiento de causa. En tomar estas decisiones, no valen aquellos improvisados y oportunistas que a última instancia se vuelven querendones de su tierra, regionalistas acérrimos pero sus fines son simplemente monetarios. De algo hay que vivir pero no del poder omnipotente que tiene la sartén por el mango y de la ingenuidad ajena que abunda en quien no le importa nada de lo que sucede a su alrededor. Lo que prima en estos casos es la hoja de vida de cada persona. Qué hizo, qué está haciendo y qué hará si está al frente de tan importante frente del cual depende el futuro patrio, porque un país sin identidad y patriotismo siempre irá rumbo al abismo por no tener partida de nacimiento a través del tiempo. En este sentido, considero que todos los que habitan sobre la faz de la tierra y que tienen las riendas de la ciudad, tienen el deber de propender la perennización de una cultura en general basada en el conocimiento actualizado en todas sus dimensiones en la que no debe estar exento el arte y la ciencia. El hombre es capaz de cristalizar sus múltiples aptitudes cuando encuentra el clima propicio para nacer en flor. Otros con más fuerzas de voluntad, así vivan en la indiferencia e ingratitud, sacando fuerzas de flaquezas; siguen en la brega y ni siquiera la muerte los saca de sus derroteros de ofrendar para la posteridad los efluvios de su alma creativa. Es que hay personas, que ante la realización de un evento artístico, lo primero que preguntan es cuánto se va a ganar. Somos conscientes que todo debe dejar ganancias para que justifique su razón de ser. Pero hay actividades, especialmente las que educan las entrañas humanas, que no dejan ingresos económicamente hablando, pero que si concientizan, enternecen cada corazón al trasmitir humanidad, la misma que no se vende ni se compra en cada esquina. El arte es el alimento del espíritu. Por lo tanto la mezquindad, en este campo no tiene cabida. El que lo hace, es el tipo de persona que erróneamente piensa que el futuro promisorio de los pueblos reside en solamente sembrar fierro y cemento a discreción y obras insulsas que llenan los ojos del pueblo pero que dejan un enorme vacío en las ilusiones de realización personal que todos medianamente tienen en agenda. Se olvidan que todo gira en torno a la persona y que debe tener por encima de todas las cosas, calidad de vida, objetivos comunes, bajo un amplio firmamento pleno de solidaridad y con visión planetaria. Ofrendar este paisaje de bondades a la colectividad, no es difícil, solamente hay que ser humano, pensar que todo puesto es pasajero y que tener una banda en el pecho, no significa autoritarismo, sino profunda convicción de trabajar por todos aquellos que con talento y sin talento, a vista y paciencia de su entorno, son desplazados por no aplaudir al que tiene la corona de oro sobre sus sienes; con la venia de la misma sociedad.