En época de elecciones, el pueblo mira con asombro la gran cantidad de candidatos que se aprestan a postular para lograr un opuesto y tener la oportunidad de ser gobierno. Se puede apreciar de todas las edades y de ambos sexos.
Por una parte, esto es bueno porque que permite que todos tengan la oportunidad de llegar a tener el alto honor de dirigir los destinos de la población peruana. Pero lo que si a través de mi reflexión doy a conocer, es que para escalar todo peldaño en la ruta de la existencia, hay que tener amplio conocimiento de lo que se hace. Considero que en la actividad de ejercer gobierno no se debe ir a aprender sino a enseñar. Porque los problemas son tantos que no hay tiempo para convertir por ejemplo al Congreso en un salón de clases. En este sentido, cada cual tiene que ser sincero consigo mismo, si se siente capaz de sobrellevar tanta responsabilidad y convertirse en la solución al problema y no acrecentar más el desconcierto que para gusto ya se tiene bastante. De un tiempo a esta parte da la impresión que toda persona que ya ha logrado todo lo que quería, trabajando por su cuenta, como dueño de alguna habilidad, oficio u profesión; de inmediato enrumba por el camino que lo puede llevar al sillón gubernamental. Parece que es la meta final del que ya hizo de todo en la vida. Cuando según mi concepto personal, no es así, Hay que reunir los requisitos necesarios para intentar tan alta investidura. Una cosa es proyectar conocimientos en busca del bienestar de la población y otra es tratar de satisfacer las necesidades del pueblo. A parte de la sabiduría, hay que poseer, entrega total, empatía, ser solidario, desprendido, digno y con moral invencible. Ser una persona triunfadora, despojada de todo tipo de ambiciones, figuración, deseos de grandeza material. Solamente debe albergar en su mente las inacabables ansias de trabajar para solucionar los innumerables dramas que agobian a los grupos humanos que conforman la ciudad en la cual se caracteriza por la diversidad de pensamientos y costumbres. Esta es la razón por la cual una norma muchas veces beneficia a cierto sector de la población pero daña a una gran mayoría por existir dentro de la localidad diversos criterios para enfocar el futuro próximo. De ahí que los posibles gobernantes deben ser despojados de todo interés personal. Su único derrotero debe ser trabajar en beneficio de las clases más necesitadas, donde lo que abunda es la extrema pobreza, originada por la misma indiferencia de la sociedad que no mira con buenos ojos a la totalidad de habitantes. A pesar que todos somos concientes de nuestra disímil idiosincrasia, existe racismo entre nosotros, menosprecio entre los de la misma sangre originada por antiguos conceptos de solidaridad humana. La acción de vencer estos altibajos, no es tan fácil como parece. Esta enquistada por siglos de siglos y se ha trasmitido de generación en generación. En este sentido, la discriminación, la diferencia de clases sociales, los sectores donde impera la pobreza, los miles de desocupados que pueblan las calles peruanas, los cientos de profesionales que caminan en busca de trabajo con su título en el brazo, los miles de artistas, literatos que nacen y se mueren en la orfandad porque nadie le interesa lo que hacen o escriben; son unos de los tantos desfases que no deja que las regiones del Perú encuentren el sendero hacia la victoria plena y solamente se viva de promesas tras promesas que jamás se hacen efectivo. Es tanta la indiferencia, que hasta da la impresión que hay padres de la patria que le conviene que la nación marche así, porque si supera sus traumas, se quedarían en el aire, porque han hecho de la mentira una forma de gobierno. En realidad, este rasgo de incompetencia debe acabar porque nadie puede ser verdugo de sus propios hermanos.