Las personas cuando están cansadas de mentiras y falsas promesas, su inconformidad contenida por mucho tiempo, poco a poco se hace más fuerte y cuando se exterioriza, toma la forma de una justa protesta multitudinaria.
Más como todos tenemos la tendencia de dar a conocer nuestros pareceres y lo comentamos con nuestro entorno, se va generando una corriente de reclamo en la cual la encabezan todos los que se sienten defraudados de los gobiernos de turno, reacción de la cual no les falta razón. Al menos las personas que están ya en base cuatro o cinco para arriba, han sido mudos testigos de cambios de gobiernos sucesivos, golpes de estado. A todos ellos los une una misma característica: Fueron un conglomerado de promesas jamás cumplidas totalmente, o se realizaron a medias. Por supuesto que los motivos son varios pero los más saltantes son: me “entregaron el gobierno con una serie de deudas”, “con una crisis agobiante”, entonces de inmediato surge la disculpa salomónica “no tengo la culpa de lo que le sucede a la patria”, “su mal viene de años atrás”. Si bien es cierto que tienen mucha razón en dar este tipo de declaraciones, porque quién no sabe cuál es la situación del suelo rojo y blanco; lo que saca fuera de las casillas, es por qué no dijeron la verdad que se dedicaron a vender ilusiones para luego decir ¡no se puede! Consideramos a nuestro poco entender, que estos procesos electorales ocurridos, deben deja una profunda enseñanza. Nada ocurre por gusto y no sirve para nada, todo tiene una razón de ser. Por algo ocurren las cosas y esas realizaciones deben dejar una profunda huella, que sirva para curar heridas y visualizar un futuro promisorio en base al optimismo, esperanza y cualidades que todos tenemos y que se deben sacar a flote a cada instante para originar nuevos rumbos de transformaciones de acuerdo a las necesidades más apremiantes. Por eso en este momento político que nos encontramos, ya no es el tiempo del golpe bajo, de difundir delitos a última hora con el fin de desmerecer a la persona. Si el problema es sencillo. Si fulano de tal es un delincuente, simple y llanamente, no voto por él y solucionado el problema. Pero no hay que ponerse en una competencia de insultos que no conduce a nada bueno. Si hay delito flagrante, que se le denuncie y que se encargue la justicia pertinente de aplicarle la ley en toda su dimensión pero no hay que echar leña gratuitamente o por intereses creados donde el fuego no existe. El partidarismo es bueno y recomendable. Lo que es censurable es el fanatismo político. Hay que tener en cuenta, lo que está sucediendo, no es un partido de fútbol en la que disputan dos puntos en un campeonato del barrio. Es una contienda electoral en la que está en juego los sagrados destinos del Perú. Entonces requiere la seriedad del caso y actuar a conciencia por lo que más conviene a la patria. Ya no es el momento de remover las cenizas y querer prender una fogata donde ya no hay ni brasa. Es el instante de unificar criterios, descubrir derroteros comunes y apuntar juntos hacia una meta común para beneficio de miles de peruanos que ven en un nuevo gobernante la solución a una vida llena de angustias y pesares. En ese sentido se debe enfocar la situación en el tiempo que resta para elegir a nuestro gobernante. Ya no debe haber espacio a la violencia, sino un paisaje de paz y sosiego espiritual para que surjan las condiciones óptimas y necesarias de tal manera que se pueda reconstruir el país que no está destruido por las bombas asesinas, sino por los desatinos y deslices de sus propios hijos que dijeron ¡soy la solución! Entre bombos y platillos y luego terminaron su gobierno en el completo silencio porque el pueblo no perdona la indiferencia, la ingratitud y la mentira.