Las promesas vertidas bajo recíproco acuerdo, tienen una esencia de ser realizadas en el tiempo menos posible.
Todo compromiso, es una deuda por cumplir en el tiempo estipulado. Se suscitan en todos los sectores de la vida humana y en las condiciones más inverosímiles y difíciles de imaginar. En estos tratados no valen las razas ni colores ni la edad. Suceden en las altas clases sociales, media y en el pueblo porque la categoría, los títulos, la riqueza, la grandeza material, pocas veces garantiza calidad humana en ciertos casos con sus excepciones por supuesto. Ocurren porque tienen razón de ser y la vida sigue su curso, sin detenerse en pequeñeces que no faltan en el existir. Pero del dicho al hecho hay mucho trecho. O como dice un conocido valse popular “hablar no cuesta nada, difícil es cumplir”. Se ha hecho muy común y una costumbre muy nacional, el incumplimiento de la palabra empeñada. Diariamente hay quejas de falta de responsabilidad en la ejecución de lo prometido. Estamos en la época “de no me acuerdo”, “estás loco”, “eso te dije”, “has escuchado mal”, “cómo se te ocurre”. El asunto es que todo queda en palabras y a ellas se la lleva el viento y si hay documentos se aduce que es falsificado. Al final, todo fue fantasía, humo vano y se termina igual como se empezó. Este desconocimiento a los acuerdos, sin duda es una falta grave, pero cobra más cinismo cuando ocurre entre personas dignas de credibilidad, generalmente profesionales que tiene una bien promocionada reputación y cimentada personalidad y de lo cual se habla maravillas por sus bondades intelectuales. Más se cometen estos yerros conductuales que dejan mucha que hablar de tan connotados personalidades. Ahora si el compromiso es de una persona con las masas humanas y jamás se cristalizan sus postulados, el defecto ya se torna imperdonable. El pueblo merece todo el respeto del mundo y nadie tiene el derecho de mentirle como le viene en gana. En este sentido, hay que tener mucho cuidado con lo que se dice. Si hay las facultades físicas, mentales e intelectuales para que todo llegue a buen puerto y nada quede inconcluso. Cada cual sabe lo que es y lo que puede hacer. Así que aquí no vale el “me equivoque”. Lo que significa, que si algo sale mal, se tenía perfecto conocimiento de los resultados con anterioridad. “Él no sabía”, en este caso, no hay espacio para que sirva de justificación. Por eso es recomendable que antes de hablar, se tenga una real dimensión y certeza de lo que se dice, más que nada visión de mundo, porque la vida no se acaba mañana como para mentir despiadadamente y después seguir formando parte de la misma sociedad y como si nada hubiera pasado. Se hace actualmente de una manera muy corriente, pero es una de las peores muestras de carencia de dignidad moral el hecho de caer en el abismo de lo incierto que desdice mucho de las personas que se creen baluartes del desarrollo nacional. Si se habla con la razón, se está contribuyendo con una comunicación afectiva dentro de los grupos sociales, pero si se utiliza la falsía, el hombre está descendiendo en su condición humana de ser pensante y universal. Por eso, estando seguro de sí mismo, formando parte de su entorno y al estar comprometido con su realidad; es preferible el silencio o la meditación profunda, antes de querer ser un líder de avanzada que por su forma inapropiada de trascender, puede ser un debut con despedida incluida por rendir culto solamente al oportunismo desmedido y no a las causas justas de realización personal de las grandes mayorías.