Satisfacer a todo el mundo según sus necesidades apremiantes, es realmente casi imposible por la diversidad de casos que se presentan en esta existencia fugaz.
De acuerdo al puesto que se ocupa en la sociedad y teniendo en cuenta que toda función se basa en prestar un servicio a la colectividad en general, tratar por todos los medios posibles, de ser la solución inmediata a los múltiples problemas que aquejan a los grupos humanos. Realmente es una tarea de titanes, en la que hay que tener más de cinco sentidos para distinguir la necesidad de la ambición, la pobreza de la mezquindad, la avaricia de la humildad. Es que esta vida todos lloran en cierto momento, algunos de felicidad otros de tristezas y hay quienes lo hacen con un solo ojo y con el otro muestran una cínica alegría. Es un problema para meditar y tomar una decisión la más acertada teniendo en cuenta que somos humanos y está en cada uno de nosotros, ser aunque sea una pequeña luz en la eterna oscuridad de su ruta de incertidumbres y pesares. En este sentido, el grado de comprensión y la ayuda voluntaria y desprendida está supeditado, a la capacidad de acción y a la vastedad de sus atribuciones. Lo que si sería una acción denigrante, que estando en su potestad de dar un halo de aliento a la persona, de liberación de sus inquietudes, de aclaración de sus incógnitas o dudas, de la consolidación de sus derechos; el reconocimiento a sus habilidades expuestas en público, no se le apoye en su totalidad y solamente se exprese la frase tan común en la persona con pereza mental, autoritaria o incapaz: ¡No se puede! o ¡He agotado todas las vías a la mano y no hay otra salida! como también ¡Tiene que conformarse porque es una orden del Jefe! o ¡ Ni pensarlo, porque así está en el protocolo! Nosotros, según nuestro particular punto de vista, opinamos que si un reglamento lo ha hecho el hombre y los tiempos cambian y las situaciones no son las mismas ¿Por qué no pueda haber reconsideraciones? Ni que fuera una ley divina. Ni aún así, porque todos somos testigos que en el ámbito eclesiástico también ocurren cambios de acuerdo a la modernidad. De lo que se deduce, que si la persona hace uso de su sentido común pleno de imparcialidad, con empatía, en aras de mayor desarrollo emocional en las personas, es posible; con orden por supuesto, dejar de lado tanta formalidad mecanizada y actuar humanamente ante un motivo o estímulo que puede deparar la calidad humana no de una persona, sino de todo un grupo social. Muchas veces se actúa a espaldas de la realidad por desconocimiento y esta actitud no resulta nada raro porque el hombre, a pesar que puede hacerlo, no está obligado a saberlo todo. Ocurre comúnmente que las personas que estudian carreras de ciencias, tienen ciertas dificultades para comprender la esencia del arte. Pero eso no es problema cuando cada cual la labor para la que se preparó. El asunto está en la actitud que se determine y que debe ser no pensando en el propio ego sino en aras de la justicia, que es lo que le da una dimensión sublime a la persona y lo proyecta hacia el futuro bajo un halo de grandiosidad. El hombre es sinónimo de eficacia por lo que es y lo que hace en su entorno vivencial, pero se eterniza por lo que elige y decide en bien de las grandes mayorías. En la que no valen promesas vanas, sino compromisos a cumplirse en un plazo determinado en el menos tiempo posible. Cuando el hombre vive en esas dimensiones intelectuales va camino a convertirse en una antorcha de sabiduría y no habrá tiempo que lo olvide ni barrera que lo ataje.
Hay personas que cuando llegan de un momento a otro a ocupar un status más alto del que tenían ya sea por ascenso a base de estudios o lazos amicales como ocurre comúnmente, cambian totalmente su forma de ser y hasta en el modo de andar y comer.
La principal característica de estos individuos es que ya no conocen si siquiera a sus amistades y coterráneos, hasta los miran con desagrado como si tuvieran lepra. Se hacen como que no los han visto y ni siquiera se quieren juntar con ellos, así sean sus familiares por considerarlos de tercera categoría. Raras veces o cuando los necesitan de urgencia, solamente se muestran afectuosos y esbozan una sonrisa tan fingida que se nota a varias leguas. Pasado los instantes de buena gente, vuelven a su sillón dorado de oro y perlas y tan sólo prestan a atención a los que ellos consideran que están a su altura y merecen su amistad. Quién no ha sido testigo de las actitudes de despersonalizados seres humanos, quienes dan la impresión que le ha chocado el vivir en la cima de la popularidad. Y así de esta manera transcurre su existencia hasta que por causas del destino, porque nada es eterno, se ven obligados a bajar de su nube de fantasías y de nuevo se encuentran en la calle cara a cara con su triste, cruda y antigua realidad, en la cual no era verdad tanta belleza, es que sin haberles ganado a nadie, les había caído del cielo el umbral de la bonanza. Por eso era que se portaban así, es que como nunca habían sido nada, no estaban acostumbrados a la fastuosidad del nuevo cargo y se creyeron que eran reyes del mundo entero y simplemente se dejaron llevar por la arrogancia, el orgullo, pero jamás pensaron que después de la soberbia excesiva, por ley natural, cae por tierra el castillo de ilusiones y se les acaba la primavera de un momento a otro y como fueron déspotas, creídos, son el blanco del repudio general como pago a sus desavenencias conductuales. Ante esta gran realidad, una vez más reafirmamos en esta reflexión, que no hay que andar con tanto brinco cuando el piso está parejo. Hay que dirigir sin fanatismo, la mirada a los grandes hombres que pintaron de colores la historia del mundo, que gracias a su sabiduría adquirida o natural, fijaron rutas de ventura para la especie humana y se convirtieron en lumbreras del conocimiento global y eternizaron sus nombres en base a su talento. Si se analiza a conciencia el porque de sus virtudes, hay una cualidad que resalta en la mayoría de ellos: Fueron sencillamente humildes. De ahí que todo aquel que tiene las virtudes para trascender, debe tomar como ejemplo a los intelectuales de otros tiempos, de todas las épocas que permanecen inmarchitables, no tan solo por su sabiduría, sino por sus personalidades ajenas a toda vanidad. No quiere decir que una persona que empieza a sobresalir por su saber y si antes no tuvo nada, debe seguir defendiendo una pobreza franciscana. De ninguna manera. No tiene nada que ver con las comodidades que todos tenemos derecho. Se refiere al trato personal con su entorno y a la legación de su intelecto. El conocimiento debe ser como una luz que ilumine la oscuridad de todos los que viven en la tinieblas eterna del desamparo. Debe ser un nuevo amanecer en los corazones que han perdido su optimismo por ignominias de la existencia humana. Una brisa fresca que despierte las ansias de vivir en todas las mañanas, una dulce alborada que forje esperanzas de un futuro mejor, un camino esplendoroso y amplio donde cada cual encuentre la razón de su existencia, una fuente bendita de cuyas aguas se genere el amor y todo el mundo pueda vivir en paz.