Tratar de obtener logros sin esfuerzo alguno o sin haber construido la ruta para el cambio de las estructuras básicas y conseguir transformaciones, es como querer cosechar frutos deliciosos sin haber sembrado una semilla, o querer aparentar o pasar por dueño de lo que no se es propietario.
Toda meta o realización humana es el legítimo producto de la dedicación y entrega total a las nobles causas que enriquecen el espíritu con su virtuosismo divinal. De ahí que las cosas suceden por suerte, el azahar, por amistad, por familiaridad, porque el oro vale más que las capacidades humanas, es una gran mentira aunque sucede en la vida práctica porque no falta quien vende su alma al diablo, pero no dura el techo logrado por no tener consistencia al ser el resultado de la casualidad. Por eso es que tantas figuras que brillan en lo más alto de la popularidad social, se derrumban y muchos de ellos no recuperan jamás el sitial obtenido por ser el reflejo de una sobre valoración premeditada con el fin de obtener dadivas, o colocarles méritos al que no lo tiene por interés personal o de grupo. Esta cumbre momentánea tiene algo de razón y hasta es justificada, cuando viene de personas extrañas o ajenas al propio entorno. Lo preocupante es cuando la misma persona vocifera o cree tener cualidades y trata de darlas a conocer sin mesura alguna, cuando siempre no pasó de ser uno más en la ruleta de la existencia terrenal y lo peor de todo, nunca le ganó a nadie. Sus modestas cualidades se cimentaron con el estudio como todo mortal común y corriente y nada más. Hay que tener en cuenta y la misma historia lo confirma. Los hombres tocan las estrellas con las manos y hasta conversan con el divino todas las noches de su vidas, cuando además de una preparación académica muy de acuerdo a su vocación, se tiene aptitudes innatas y al descubrirlas, son desarrolladas en la universidad de la vida con la que se logra romper esquemas tradicionales y se marca diferencia en el mercado intelectual y se llega sobresalir, marcando toda una época de innovaciones y cambios, dejando imborrables huellas para la posteridad. En este mundo, todo es negociable, pero el innatismo no se regala ni se vende en la tienda de la esquina o en el mercado de abastos, porque nace con uno. En este sentido, no hay que engañarse así mismo ni tratar de mentirle a los demás que nadie está muerto como para creer fácilmente que está ante una eminencia, cuando no solamente es un insignificante ídolo de barro, sino además fabricado a propósito y a la fuerza de la peor arcilla. Es muy conocido la cantaleta de siempre, estudiar una carrera, terminarla con algo de éxito y después decir muy orondo “he estudiado porque nací para tal profesión”, “otra cosa, no podría ser”. “Soy lo que siempre quise ser”. Cuando solo DIOS sabe porque eligió tal profesión. Es que la mentira es la mejor solución cuando no hay espacio para la verdad. En este caso, la sinceridad es lo que vale y no lo que demuestran las circunstancias que están muy lejos de la realidad. Por esta razón, aparentar o crearse una atmósfera de fantasía en la cual se es rey y sublime majestad, ante el aplauso de incondicionales seguidores de turno; es el peor camino que pueda elegir el ser humano para engalanar las vidrieras del saber humano o ser una figura descollante dentro de la sociedad, porque la falsa imagen del impostor, fácilmente pierde brillo y lo que parecía oro puro, al final queda al descubierto que era una burda imitación de hojalata y que solamente tiene una vida por la que los deseos de grandeza, solamente quedarán en un debut y despedida para siempre y por los siglos de los siglos.