Actualmente cada vez es más notorio que las leyes, normas, reglamentos, que rigen a los peruanos en sus diversas facetas, al ser aplicadas en toda su extensión por implacables administradores de la justicia o de los que tiene el poder en las manos; algunas carecen totalmente de humanidad.
La misma se utiliza para el que es un delincuente reincidente o para el que quiere regenerarse. Ocurre también en todo incumplimiento de tributos, impuestos, aportaciones, etc. De una manera general se cataloga a todos de tal manera que se trata con la misma dureza a un gran evasor como el que tiene un pequeño negocio. Para ello las instituciones cuentan con seres implacables que no se inmutan ante nada porque son fieles cumplidores de lo que manda el reglamento y tiene que ser al pie de la letra. Esto ya viene ocurriendo desde tiempos inmemoriales, lo que no debería ser así. Es correcto que haya excelentes profesionales y que sean incorruptibles en el cumplimiento de su función lo que en realidad es muy loable, pero por encima de la ética y la técnica, debe estar el humanismo y se debe analizar cada caso y según ello, tomar una determinación adecuada. En esta calificación, debe aflorar en todo su esplendor la calidad humana de las personas y no tratar de la misma forma en general porque los casos no son iguales. No se debe tomar decisiones como si fuéramos enemigos, por supuesto que hay quienes se merecen todo el peso de la ley, pero al que no, porque no está al margen a sabiendas, o porque le da la gana; se le debe dar distinto trato. Recién ahí se podrá decir que se está procediendo con empatía y no con amenazas como se acostumbra como si todos fueran delincuentes. En este sentido, se puede hablar muy orondos de crecimiento, de desarrollo, de objetivos comunes, de solidaridad, pero si no hay una humana ejecución de los sistemas existentes o si no hay un cambio en sus verdaderos fines, el mismo que debe ir con la concientización de la persona. Todo va a seguir igual. Se requiere de más espiritualidad. Hasta cuándo vamos a ser carceleros de nuestros propios hermanos, atacar a nuestra misma sangre con saña y sin pensar que algún día uno de los nuestros puede estar en el mismo lugar. No me refiero a que se le se les disculpe, no, de ninguna manera. El que está en falta, que se le castigue. Pero hay visibles abusos o incongruencias que merecen ser observados con los ojos del alma. Levanto mi voz de protesta por los pequeños desfases humanos y que son tratados como si fueran indignantes delitos y se actúa sin analizar la situación con la ecuanimidad que le corresponde. El cambio de mentalidad se debe imponer a la brevedad posible, es que aún existen aquellos que por quedar bien con el jefe, por ganar méritos, por demostrar eficiencia, por no contradecir en nada, obedecen sumisamente y ponen multas, papeletas, sanciones a diestra y siniestra y si no cumplen a tiempo se viene lo peor, pero hay casos que son las excepciones de la regla en la cual no se cumple no porque se quiere sino porque no se puede. Es ahí donde debe ser analizado el por qué no se hace conforme al requerimiento. Pero actualmente no ocurre así. Cada notificación es más que una ley divina y no se cumple se aplica la fuerza y esto si resulta inaudito que en pleno siglo XXI existan enemigos siendo inquilinos del mismo terruño y se actúe como si no se conociesen, Casos así hay en cantidades, pero a pesar de todo la vida sigue igual. Consideramos que de una vez por todas, las autoridades pertinentes mediten en estas situaciones y se busque una salida salomónica de tal manera que no nos tratemos como desconocidos, porque todo se acaba y en cualquier momento nos podemos encontrar a pie en las mismas calles de siempre y ambos sentiremos que la tierra sigue girando y el mundo no se acaba mañana.