En una oportunidad me contaba un poeta amigo” Todos los días me levanto con ganas de abrazar a quien se cruza en mi camino, darle una palabra de aliento y compartir sus penas y alegrías”.
En una época de crisis moral, me resultaba raro escucharlo hablar de esa manera, Pero seguidamente me explicó y resulta que no era raro ni difícil tener visión planetaria. Llegar a ese estado mental, no era nada del otro mundo. Solamente había que humanizarse y mirar a todos desde el mismo ángulo visual y a la misma altura por igual. La palabra del vate me dejaba con una paz interior inigualable. El se conformaba con muy poco, jamás se quejaba que algo le faltaba, ni que tenía necesidades, siempre tenía todo a la mano, a pesar que sus ingresos no eran fabulosos. No tenía problemas inmediatos ni apremios para vivir en paz con su conciencia. Ahondando más en su ejemplar existencia, me enteré que era muy feliz con tan sólo hacer el bien a los demás y gozaba de una enorme tranquilidad, sosiego, elocuencia, sentido común, versatilidad, ecuanimidad a cada instante y lo había adquirido a través de la concentración y abstracción que había aprendido a dominar y que lo utilizaba en el momento cumbre de su creación literaria a través de la palabra. Al estar en permanente contacto con la naturaleza, observar y admirar la belleza del medio ambiente constantemente y apreciando hasta el vuelo de una mariposa, en busca de inspiración, le había dado capacidad de comprenderse así mismo y a los demás, lo que le permitía una armonía total en sus actos. La música clásica le había dado un temple envidiable que permanecía impasible así ruede a su lado un edificio en mil pedazos. El ritmo que le daba a su poesía, había hecho en él una persona totalmente positiva, optimista, centrada, talentosa, creativa y unas enormes ansias de vivir en comunidad y pleno de melodías que llegan al alma. El amor y el servir sin interés, le habían abierto las puertas y ventanas para ingresar a la dimensión superior de ambrosías donde solamente moran los bendecidos por la providencia y que le permite mirar al mundo por encima de sus problemas y le da la llave para solucionar todos los avatares que se presentan en el corto paseo terrenal. Lograr ingresar a los paisajes misteriosos del alma humana y encontrar la clave para vivir sin apremios, es propio de quien se espiritualiza y se proclama guía y conductor de grupos humanos solamente ataviado de su bondad, empatía y fuerza de voluntad indomable. Casi nunca lo vi enfermo, ni triste o melancólico, su buen humor hacia el milagro de no tener tropiezos en su vida, es que siempre tenía la solución a flor de labios. Había logrado con su carácter jovial y carisma sin igual, no ser artífice de la ira ni la cólera vana. Había hecho de su sonrisa, del apretón de manos, del abrazo, una manera de saludo y lo hacía desde el fondo de su ser, como quien tiene urgencia de comunicarse para sentirse útil en el universo. Desgraciadamente, como toda historia hermosa, su aureola de grandezas se fue opacando y un día partió para no volver. Hoy decidí recordarlo como para volver a la vida, es que todos caminan apurados, con caras serias, comen de prisa, viajan mecánicamente, como si se viviera en un mundo ajeno. Para evitar que seamos desconocidos en un mismo planeta, creo mejor que desde hoy día, voy a empezar a conocerme más y más y mirar a todos como si fuéramos hermanos de sangre, de tal manera que una mirada alegre sea el saludo de todos los días y el augurio de felicidad resida a flor de piel y los fines comunes y solidarios de bienestar, sean los anhelos de toda la humanidad que aspira nuevas alboradas al rayar el sol.