El futuro de la patria navega sobre un mar agitado por la turbulencia de sus aguas.
Por una parte, halagan al mandatario porque le nace del alma, otros lo aplauden a regañadientes porque a última hora orientaron su voto al mal menor, quizá por temor a una imaginada dictadura o porque peligraban sus intereses personales o sus sueños de eterna grandeza a costa de la explotación de los que menos tienen. En este sentido es evidente que los resultados reflejan un claro divisionismo entre todos los peruanos que a la primera desazón que origine el nuevo gobierno, las críticas van a llover buscando una respuesta alentadora a tanta promesa expuesta en la etapa pre electoral y no sería nada raro que las cosas lleguen a mayores por el resquebrajamiento del criterio unitario que siempre debe existir en una sociedad en vías de transformación. La insatisfacción es notoria, no han colmado las expectativas los candidatos a la presidencia. El saldo final no significa el real sentir del pueblo. Da la impresión que nuevamente la casualidad, las indecisiones de última hora, desgraciadamente determinan el rumbo de una patria en crisis, en la que sin ser ave de mal agüero, no augura la seguridad de un mañana promisorio porque cuando hay diferencias de criterio, el camino a la victoria se hace más pesado. Los departamentos del Perú donde hay más pobreza y desocupación, ha dejado sentir su parecer a través del voto popular y que es del conocimiento de todos. Junto con los adeptos de ocasión y partidarios innatos; se debe enrumbar las medidas correctivas y poner en carrera a una patria quebrada en mil pedazos por los que siempre estuvieron en el mando y no irradiaron credibilidad ni mucho menos un sendero de prosperidad a toda la nación. Por eso es conveniente que se dejen de lado las poses triunfalistas, la demagogia exagerada al esbozar promesas que lindan con la fantasía. Que se ponga coto a los que tienen como forma de vida, subirse al coche a último momento. Ya es costumbre nacional, el surgimiento de líderes de todas las edades que sin ninguna convicción izan la bandera de un acendrado partidarismo que en sus labios huele burla y atenta contra la dignidad humana y con los auténticos creadores y defensores de una corriente política. Qué culpa tiene el pueblo de enterarse o escuchar la voz de falsos abanderados de un futuro promisorio. Alguien debe regular sus nefastas apariciones, que en lugar apoyar en la gran cruzada de crear un nuevo Perú; oscurece el panorama de realizaciones que todos anhelan porque están cansados de los falsos profetas de la verdad. Consideramos que toda la vida no se va a vivir esperanzados en el gobierno entrante para terminar en medio del repudio general por una mala gestión. Ya no se quiere escuchar a más de un añejo representante de la política nacional, con la cantaleta de siempre, ni mucho menos los sueños personales de los fanáticos que no faltan, quieran trasmitir sus ideales y los demás tengan la obligación de hacerles caso y cumplir al pie de la letra como si fuera ley. Hay muchos que no reúnen las condiciones necesarias para convertirse en adalides de la justicia. En este sentido, cada cual debe ser consciente de sus cualidades e historia de vida y no dar signo de vida cuando les conviene luciendo una engañosa aureola de virtud, cuando todos nos conocemos y se sabe de cual pie cojea. Por el bien del PERÚ es preciso que cada promesa gubernamental se convierta en un compromiso a corto plazo y de su cumplimiento, cada peruano debe ser un celoso guardián de tal manera que se acaben de una vez por todas el dilema que cada cinco años se asista a una exposición de sueños irrealizables y después que se cumpla el periodo; decir muy sueltos de huesos que se necesita otra oportunidad para concluir la gran obra que no se hace de un momento a otro, porque nadie nace caminando, ni vuela sin tener alas.