Se nota a muchas leguas de distancia que gran parte de la juventud, no le tiene confianza a sus mayores en todo el sentido de la palabra.
Empezando de sus mismos padres, pasando por educadores, autoridades hasta gobernantes. Esto se debe a que cada cual en alguna oportunidad de su existencia, ha sido testigo, ha visto o es actor de actos reñidos contra la moral, de nepotismo, de sobrevaloración de las personas, de suplantación de puestos, de parte de sus mismos superiores. El que le abre las puertas a cierta forma de delincuencia con saco y corbata son los que están por encima de ellos en cuando a jerarquía se refiere. Por supuesto, el que se encuentra formando parte de esa telaraña de corrupción por necesidad, por acomodo o porque es precoz aspirante al círculo de la corrupción, acepta ser uno más de la cadena de promotores del mal. Ocurre que para nadie es un secreto los casos de coima, la venta de silencio, libertades y conciencia para elevar o hacer caer al más pintado personaje que quiere o está en la palestra. Pero no se actúa solo. Como todo mal, arrastra a todo un conglomerado de personas que cojean del mismo pie. Entonces, hay mucha gente comprometida en todo arrebato de inconducta social, pero un solo promotor: El poder mal entendido. De esta altura de fantasía, delirio y goces increíbles; son pocos los que saben comportarse de acuerdo a las circunstancias y conservan sus honores con nobleza. Una gran mayoría, como si fueran débiles incautos, sucumben inocentemente a sus glamorosos cantos de sirena y la cordura rueda por los suelos y se lo lleva el viento para siempre. Se llega fácilmente o a duras penas al umbral del éxito, se tiene todo a los pies, solo basta abrir la boca para que sea atendido en todas sus necesidades pero como por arte de magia, al estar en esa latitud en la que nunca estuvo, o en la que ya conoce pero nunca aprendió nada; la embriaguez de la gloria hace presa las fibras más sensibles de su existencia y con la misma velocidad que llegó, desciende a la oscuridad eterna del olvido y repudio de aquellos que estuvieron a su lado pero al verlo sin cetro; ya es uno más en este mundo en la que de la noche a la mañana una persona puede ser rey o villano. De la nada a la gloria hay cierta lejanía pero de la cumbre al abismo casi están juntos. Por eso hay que saber caminar con la corona sobre la cabeza y no andar muy ligero porque todo tiene su final. Además nadie es un habitante solitario en el mundo, se vive rodeado de una comunidad que marcha atento de los pasos venturosos de las personas públicas, como las desavenencias de los que viven nublados por el brillo del oro. Por esta razón más vale cuando se llega a la cima de la popularidad, conservar la humildad, enseñar al que no sabe, solucionar los problemas al que verdaderamente los tiene. No hay que olvidar que hay la costumbre de hacerse la victima de todo para existir cómodamente. Como aquel que aunque tiene lo suficiente, quiere seguir en su puesto de trabajo por ambición personal aunque ya cumplió su ciclo vital. O el que se vuelve mensajero gratuito del jefe por unos centavos o para conservar una posición que no le corresponde. El ser chismoso no es un oficio, ni trabajo; es uno de las peores aberraciones del mundo que linda con el delito. En este caso, el que está a la cabeza de algún ente, debe aceptar a su entorno así tengan diferentes ideas políticas y ante un indicio de indisciplina, debe primar la comprobación en el mismo lugar de los hechos. En la fusión de las fuerzas productivas, para un mayor fruto, solamente debe primar la calidad laboral y humana. De ser así, renacerá la confianza en los corazones juveniles y se volverá a mirar el mañana con optimismo ante el reconocimiento multitudinario de las bondades del alma.