El hombre con ideales, jamás debe sentirse ni menos ni más, ante la presencia de connotados personajes que muestran una fisonomía de grandezas, alcurnia y majestuosidad.
Después de todo, aparte de sus conocimientos o virtudes, son humanos como cualquiera habitante de la tierra. La única diferencia reside en que ha sobresalido en alguna actividad y esa sublimidad, le ha dado el galardón de eminencia. Pero quitándoles los honores y glorias, es ni más ni menos que cualquier persona común y corriente. La historia es testigo y es una gran verdad. Muchos hombres fueron lumbreras en las artes, en las ciencias, en la cultura. Marcaron hitos que son imposibles de borrar por la trascendencia de sus actos. Pero no fueron triunfadores en todo el sentido de la palabra. Algunos eran victimas de vicios, inmoralidades, aberraciones y serie de inconductas que si se sacan a luz en toda su magnitud, echaban por tierra su caudal de sabiduría. En realidad, la aureola de sapiencia le tapaba el abismo de incongruencias que tenía en la otra parte de su vida que no era pública. Fueron muchas veces hasta esclavos de las más indignas bajezas que el hombre puede llegar. Más no se supo a su debido tiempo, pero su aporte cultural para la humanidad deslumbró más que sus desavenencias como persona normal. Entonces ¿Cuál es el comportamiento que debe tener cada ser? Sencillamente, ganador en todo, porque el ser humano es una unidad indisoluble. No se puede ser un excelente intelectual pero perdedor en el amor o viceversa. No se puede ser un eximio inventor pero un derrotado ante sí mismo porque su escasa fuerza de voluntad que no puede poner coto al abuso del placer que nubla su horizonte futuro. No se puede ser autoritario en la oficina o en la institución pero sumiso ante la esposa e hijos. No se puede tratar mal a todo el entorno circundante, pero subestimado en el hogar. Siempre ocurre la otra cara de la medalla. Por un lado, hay el brillo del oro y por el otro lo invade la oscuridad. En unas veces son como el filo de la navaja y en otras no cortan ni por error. Es que muchos confunden que los grados que se ostentan, le darán la misma altura en la calle o en su casa. Eso es falso. Se puede ser rey entre cuatro paredes porque obligatoriamente le tienen que obedecer los subalternos. Más parados en la acera de todos los días, todos somos iguales. La persona que es todo un potentado en su castillo de prominencias, sino se proyecta a las grandes mayorías con la misma fuerza de su intelecto y tiene diario contacto con la sociedad, más allá de las puertas de su reino es simplemente uno más como cualquier mortal. Por eso la popularidad, no se mide por los títulos sino por lo que aporta a la colectividad y la capacidad de resolución que tiene ante el sin número de problemas que aquejan a los grupos humanos. Si tan solo es un guardián celoso de las normas por la cual rige sus acciones y no sabe mirar más allá de esas barreras, camina por la ciudad atado de pies y manos por la que no tiene el poder de decidir con acierto por su carencia de sentido común. Ese tipo de personas no se quiere ni en pintura para emprender la gran cruzada por el bienestar que la patria requiere para avizorar un futuro mejor. Más como todo se sabe, dentro de la esfera familiar pierde peso y luminosidad su descollante trayectoria que solo vale en la esfera institucional, en el seno familiar lo que vale es la calidad humana que debe tener con los suyos. Lo que quiere decir es que hay que ser estrella y alumbrar hasta cuando sale el sol.