EL GRATO CONOCIMIENTO

Diariamente se ve a una juventud que a fuerza de constancia y esfuerzo, va labrando un horizonte de ventura,  que se preocupa por el porvenir y haciendo uso de entereza precoz, se antepone a los avatares de la vida y va labrando su futuro a costa de  lucha feraz y sostenida.

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Pero al ver que dentro de los mismos grupos sociales existen personas que sin haberle ganado a nadie, se gastan unas ínfulas como si fueran de  otra galaxia, el joven se siente mal al palpar en vivo y en directo hasta dónde puede llegar la falta de convicción de los que muchas veces están al frente de  entidades que tienen que ver con el devenir de la patria. Por esta razón y por el respeto que se le debe tener a la juventud que nos antecede, es necesario que cada cual se baje de su nube y pise tierra y si de dirigir o enseñar se trata, que lo haga solamente con el ejemplo, más no en base a la soberbia o pedantería que lo único que deja en claro es su escasa calidad humana. Nuestra patria, al ser una mezcla de  diversidades de razas y lenguas, nos pertenece con todos sus defectos y virtudes. Por esta razón, no puede estar en manos de unos cuantos que dominan a las mayorías en razón al poder que le cayó del cielo. No me refiero a cierto sector de personas comprometidas con la realidad nacional, sino a todos aquellos que creen que el don de mando significa arrogancia, explotación o sumisión desmedida. Es muy cierto que en todo segmento humano hay  quienes dirigen y quienes obedecen. No critico esa estructura organizativa, yo voy directamente al respeto, consideración y valoración  que debe existir en toda latitud y a las oportunidades que deben tener las grandes mayorías  en base a sus cualidades innatas y no a las oportunidades que brinda la casualidad cuando se pierde la personalidad y libertades personales. Trabajar en una institución y portarse como si fuera dueño de todo lo existente, o mirar a los demás por sobre el hombre y solamente cuando se le necesita, mostrarle un profundo afecto, pero por dentro se sigue pensando que es de tercera categoría,  es una de las más denigrantes actitudes de los seres humanos. Esta cruel hipocresía es la causa de muchos males que agobian a  los pueblos del planeta. Pero quién tiene la culpa de esos abismos conductuales ¡Nosotros mismos! Por ser o aceptar dichas conductas en nuestro entorno y hasta no falta quien aplaude dichos desaciertos por alguna migaja o regalo barato como pago a su silencio. Desde este punto de vista ¿Qué le espera a la juventud ante tan patéticos ejemplos? Muchos dirán,  pero si esto pasa hasta en las mejores familias. Si es muy cierto, pero no debemos quedarnos tranquilos porque es producto de la necesidad.  Hay que hacer algo y no esperar que venga otro con más visión, desprendido y solidario y lo haga, pero por el momento, se sigue la corriente logrando los beneficios que le permite obtener por medio de la desacertada política personal de tantos líderes de papel que deambulan por el mundo buscando la corona de la posteridad. La toma de conciencia de nuestra realidad, del presente y de lo que va a venir, es de urgencia, pero no con un tinte alarmista o buscando protagonismo o levantar la bandera de guerra cuando ni siquiera sabe lo que es dignidad, moral y entrega total por una causa  que  nace del alma hacia objetivos comunes de una raza que busca un sitial  de honor en el umbral de la excelencia. Ya es hora de despojarse de la careta de suficiencia y mostrarse tal como es. De tal manera que el que sabe, enseñe; el que no sabe debe aprender y todos deben vivir actualizados e impregnados de ciencia, cultura y arte. Hay que romper las barreras que oprimen el pensamiento humano, quebrar los grilletes que pretenden quitarles las alas a los efluvios de la mente. Esta transformación solamente lo pueden hacer, no los que critican de todo y creen que ellos no más tiene la razón, no los que rescatan el ayer y lo traen al presente, no los que recorren el mundo y cuentan sus hazañas a colores; ellos solamente afianzan el conocimiento con pensamientos ajenos. Hay que aprender a crear una nueva forma de vivir en base a la inspiración cognoscitiva propia, según nuestra idiosincrasia y que no sea copia de nadie. En la originalidad reside la razón de la existencia humana.

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