El que se tiene una historia oscura, de ninguna manera pueda hablar de conciencia ni de justicia porque de inmediato salen sus oponentes y le hacen ver a colores y en todas las dimensiones, su verdadera personalidad si es que ya lo ha olvidado.
Lo que trato de dar a entender, es que si se tiene errores que dejan mucho que desear de la persona que se aparenta ser, hay que cambiar de manera total, inclusive hasta de los más allegados que ayer conformaban el entorno amical. No basta decir con voz en cuello, ¡soy diferente! ¡los errores me han enseñado a vivir! Cuando se sigue con las mismas juntas. En la vida de los hombres, cada cual se traza un derrotero a seguir. En esa lucha siempre hay profundos altibajos, como también gratos momentos de éxito, pero conforme se avanza, cada cual es consciente de sus virtudes y desaciertos, salvo que sea fanático de su propia mediocridad. Cuando ya se nota que el negativismo personal está en boca de todo el mundo es que se ha perdido la ruta de la ecuanimidad y ha llegado el momento de volver al camino de la verdad pero con honores propios y dando muestras visibles de ser otro. Ya no estamos en el tiempo que fácilmente se le engaña a los demás con el viejo cuento del arrepentimiento o el famoso “No supe lo que hacía”. Es por eso que hoy día se ven por las calles antiguos adoradores de la inmoralidad, delincuentes avezados con licencia para delinquir, o farsantes que con la palabra a flor de labios vendieron ilusiones a toda una generación pero lo único que hicieron es vivir de la plata ajena y lo peor, se vuelven acérrimos críticos de los demás. Se creen ejemplos de honradez cuando si se da una mirada al pasado, fueron parte de la corte de los más oscuros e indignos sucesos que violaron la fe del pueblo. Otros tratan de convencer a los demás, que son inmaculados ángeles del cielo, cuando el rabo se le nota de lejos. No se trata de justificar o valorar santidad y hundir al que le gustaba vivir de lo más fácil, sino lo que se quiere es poner las cosas en su sitio. No seguir con la cantaleta o mala costumbre de ensalzar lo que no se merece y hundir al que tiene los méritos suficientes para ser considerado como un ser probo. No debe perderse el sentido común. Es que hoy en día, si se trata de poner en una balanza, las acciones de alguna persona pública; viviendo en una misma ciudad, gozando de sus mismas bondades y hasta conociendo el tema y la calaña de gente que es; lo que para uno es malo, resulta que más allá no más, para otro es bueno y hasta excelente. ¿A que se debe esa miopía en la observación? Simplemente a los intereses creados, al fanatismo, al partidarismo irracional. El caso es más grave aún, sabiendo que está mal su apreciación, se vuelven seguidores y promotores de la farsa, queriendo buscar más adeptos a lo que no tiene ni pies ni cabeza. Haciendo uso de una serie de artimañas y envileciendo la sagrada palabra, utilizan el verbo para engatusar inocentemente, como si los demás se están chupando los dedos. Cada cual puede creer en lo que más le conviene, pero no deben tratar de arrastrar a los demás haciéndose pasar por líderes, cuando esa palabra sabe a hiel en sus labios que solo saben de mentiras y promesas incumplidas. En este sentido y a manera de reflexión, es de esperar que ya no más seamos gratuitos difusores o receptores de irrealidades que lo único que logran es hacer esta vida más insegura de lo que es, a caminar de tumbo en tumbo, de fracaso en fracaso cuando ese no es el fin. Dejemos que la libertad sea el valor que florezca en cada corazón y determine los pasos a seguir en esta ruta hacia un mundo mejor.