Se puede vivir engañando a todo el mundo con palabras bonitas, arengas patrioteras, poses de gente superada, con léxico sofisticado, con llanto en los ojos; una serie de expresiones histriónicas con el fin de convencer al auditorio.
Todo se puede hacer con el fin de lograr los oscuros propósitos de personas interesadas. Se puede hasta jurar de rodillas, pero jamás se puede engañar a la propia conciencia. Cuando llega la noche y se hace un recuento de las acciones realizadas, es cuando se lleva a cabo una cruenta batalla entre el consciente y el inconsciente que tiene guardado hasta los más mínimos detalles de nuestro diario accionar. Ese remordimiento no tiene cura y lacera el alma de manera irremediable. A pesar que hay personas que se han acostumbrado a la mentira pero de tal manera que ni ellos mismos saben en qué momento están diciendo la verdad. Han hecho de la mentira, de la falsedad, de la farsa, una forma de vida. Lo más preocupante es que debido a su terquedad, egoísmo y caprichos de no querer perder; a la fuerza quieren que pase por cierto lo que se nota que es mentira a muchas leguas de distancia. El colmo resulta cuando aquellos que no merecen el mínimo de confiabilidad, aparecen en público y se pintan de iluminados talentos y ángeles de bondad cuando se les nota el rabo demoníaco de su infernal procedencia. Por tener ese instinto de maldad, son capaces de cortarle la cabeza a quien les da la gana, es que su ignominia no permite que otros sobresalgan por su talento. Ellos no más quieren ser y les arde si otros progresan en base a su intelectualidad. Generalmente son personas de limitado sapiencia que han ascendido por oscuros designios y se mantienen en la palestra por despotismo, amistades o comprando con regalos o dinero el umbral que hoy ocupan pero que les queda grande por su ineptitud acrecentada por los años. Es que en lugar de humanizarse, se han dedicado solamente a hacer maldades y han hecho de la venganza un medio de defensa con el descarado propósito de permanecer en la palestra pasajera solamente por pedantería barata. Hay otros ejemplares de esta fauna epidémica, que ascienden atropellando, usurpando puestos y se colocan en latitudes inverosímiles donde nada tienen que hacer pero de ahí siguen esparciendo su veneno porque lo único que los hace felices es dañando a los que trabajan plenos de honestidad. En todos los pueblos son muy conocidos y hasta gozan de popularidad porque bajo su sombra viven muchos convenidos, sumisos y serviles que les deben la vida. Hacen dupla con aquellos que venden su conciencia y sus más sagradas libertades al mejor postor y cuando se les acaba el recreo vuelven a la vida con sus sonrisas hipócritas como si no hubieran hecho nada. Es deber de cada uno de nosotros vivir pleno de convicciones sin caer en el abismo del ridículo, sin darnos de muy sabio ni pasar desapercibido en el mercado del talento. Todo tiene su precio, lo que no cuesta nada es el orgullo por eso muchos lo tienen y no lo quieren dejar porque les da la existencia, aunque negra pero les permite subsistir.