LAS INCONDUCTAS HUMANAS

No es preciso albergar tanto odio en el alma como para no reconocer los albores de sabiduría de los héroes del pueblo.

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No puede durar mil años el dolor de una puñalada por la espalda, como también no es lógica la existencia de aquel que se la pasa hiriendo a diestra y siniestras para vivir feliz. Todo tiene un inicio y fin; por esta razón se  torna incomprensible las peroratas callejeras, las quejas públicas, el vociferar con hiel en las palabras, criticando situaciones sociales que no están de acuerdo con el devenir del tiempo; cuando el mal se debe cortar por la raíz. No puede ni debe continuar la vida en un vendaval interminable de acusaciones y defensas apuradas para hacer notar  su ecuanimidad y grado de culpa. No puede ser posible que cada día que amanece, se repita la misma historia de todos los días. Un ir y venir de ataque y descargos, muchas veces sin bases pero que se quiere demostrar ante el público una santidad fraguada para beneficio propio. Esto ya aburre y cansa porque para eso no hemos venido a este mundo. Se debe hacer notar el malestar a la persona que le corresponde y solicitar justicia por los medios estrictamente legales. Si no hubiere la solución adecuada, se podría recurrir a los medios informativos públicos reclamando justicia. Pero que jamás sea al contrario ni mucho menos se constituya en una costumbre. Consideramos que si se vive dentro de la moralidad, nadie puede estar envuelto en ningún  tipo escándalo que solamente logra desacreditar a la persona. Menos hacer acusaciones injustas que solamente acrecientan el problema en lugar de solucionarlos. En la cordura en su máxima expresión está el éxito de toda realización personal. Lo demás es fantasía. Eso de querer oscurecer la luz del día cuando se nota el delito desde lejos. Es una las mayores deficiencias de la personalidad. Hay que asumir con responsabilidad, con creces la pena que le corresponde por su desavenencia, pero jamás  mostrar una pureza que no se tiene ni en sueños. Dicho en otras palabras y asumiendo  las heridas que deja la experiencia y las arrugas de la adversidad; hay que aceptar nuestra vida que si no es el producto de nuestras buenas acciones, es el fruto de los desatinos. Nadie  delega la mala suerte. El mismo hombre forja bien su infierno o  su paraíso y cada cual tiene el edén que le corresponde según su forma de ser. La grandeza del hombre está en reconocerse y aceptar tal como es y tratar de superarse y sobre la hiel de sus debilidades construir la nueva estructura personal  ansiosa de  triunfos  y tratar de alcanzar las estrellas para alumbrar la noche que inunda el alma de nuestros semejantes.

 

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