En la vida de algunas personas es muy común el brindar el aplauso barato, el desmedido elogio, la felicitación inoportuna por quedar bien, protagonismo o por hacerse notar entre los demás. Pero hay dos cosas que diferenciar.
Las acciones de los hombres que ocupan un cargo y está dentro de sus funciones realizar tal o cual actividad en bien de las grandes mayorías; solamente están cumpliendo con su deber que es para lo cual fueron nombrados, elegidos o contratados. Hay otro tipo de personas excepcionalmente dotados de virtudes especiales que logran una proeza, baten un record, son capaces de una hazaña, o realizan algo sobrenatural casi ajeno a las fuerzas humanas. En el primer caso se merecen un reconocimiento discreto porque son fieles cumplidores de la tarea que se le ha encomendado. En el segundo de los casos, merecen que se le revienten cohetes, porque no siempre nos encontramos con seres iluminados capaces de quebrar la calma cotidiana con sucesos que rayan con lo imposible. Es un rasgo de una personalidad bien cimentada, dar realce a los actos que originan asombro, causan sensación produce admiración. Es que a esas actitudes siempre no falta quien trata de imitarlas, por lo tanto se está motivando la creatividad a través del conocimiento. En cambio empezar tirarles flores a las pequeñas cosas de la existencia humana no es otra cosa que una cruel adulación por algún interés mezquino y esa no es la misión del hombre sobre la faz de la tierra. Dice el dicho “Bueno es culantro pero no tanto”, que significa que todo debe ser sin exageración es que todo lo que se hace con exceso es dañino. Le hace perder la verdadera esencia al acto, lo sobrevalora, sobre dimensiona dando un falsa imagen de la actividad realizada y por esa expresión o dato fuera de la realidad, poco a poco se van formando los ídolos de barro hasta que llegamos a adorar, a vivar a quien no se lo merece. Solo es producto de la fantasía. Por este motivo, es del hombre observar, apreciar y dar las opiniones encaminadas dentro de la verdad. No hay que ser continuador o promotor de la farsa, señalando rutas de ilusiones que no llevan a ningún derrotero de bienestar para los grupos humanos. La palabra solamente debe ser utilizada para descubrir nuevas rutas de felicidad, para darle forma a la prosperidad de las clases oprimidas, para fijarle una meta a quienes van por el mundo entre la duda y la realización personal, para señalar el camino hacia dimensiones especiales de dicha y esperanzas. Para eliminar las espinas que hay en el sendero hacia un mañana mejor, para aperturar nuevas rutas de bondades más allá del firmamento de la mediocridad. De lo contrario de nada vale levantar la voz, gritar a todo pulmón, decir frases fervorosas, acompañadas con llanto y lágrimas de cocodrilo. Esas conmueven un segundo y después pasan al olvido, más la palabra bien dicha y que se adelanta a su época, la que profetiza lo que vendrá después de mañana, la que vaticina los escenarios más allá de la eternidad; esas palabras nunca encontrarán tiempo que lo olvide, ni barrera que lo ataje porque han nacido con la fe del corazón y esas nunca conocerán la tumba del olvido por ser verdaderos mensajes del alma y tiene el don de la inmortalidad.