Vivimos en un mundo difícil y cambiante que hasta el más belicoso individuo se calla la boca cuando hay dinero de por medio.
En este tránsito al silencio no se escapa ni la persona común y corriente o el más connotado intelectual que ostenta un sinnúmero de honores en oro y plata. Es tanto su poder que se calla el justiciero, habla el mudo y escucha el sordo. En este vil negociado poco importa la conciencia y hasta se pone en juego las más sagradas libertades del hombre. La verdad es pisoteada con saña por los adalides de la mentira, la honradez se desvanece con el sonido encantador de las monedas, la equidad huye ante el olor penetrante de un billete con varios ceros al lado derecho. En cualquier ámbito el hábito no significa pureza ni las cortes sobre la piel simbolizan delito. Cada vez es menor la claridad del alma y sus destellos angelicales y las heridas en las entrañas poco vislumbran santidad. Un lujoso terno, o las medallas en el pecho no simbolizan conocimiento como una ropa común y corriente muy bien pueda denotar intelectualidad. Un gesto acalorado y voz como trueno en un discurso desde el escaño del oportunismo rodeado de todos los adelantos tecnológicos, a veces no conmueve ni a un niño porque su mensaje encierra puras falsedades y su conducta y cultura no va de acuerdo con los puestos que ostentan solamente porque Dios es grande. Es que su alarde de vastas potencialidades son el fiel reflejo de un orgullo que no tiene partida de nacimiento. Con sus inoportunos desplantes de eminencia crea el desamparo que es la cárcel del valor en bruto. Ata de pies y cabeza a quien ansia volar hacia las estrellas. Todo sucede porque los títulos oleados y sacramentados muchas veces no representan su sabiduría porque el papel aguante de todo. “En la cancha se ven los gallos” reza un dicho popular y tiene mucha razón su anónimo creador. Hay que estar donde el sol quema más que la candela y donde al agua moja más que la lluvia y experimentar en carne propia sus estragos. Es que tener sapiencia y solamente ser un callado testigo de todo lo que ocurre sin abrir la boca, está a la misma altura del que no sabe nada, o ser un afamado escritor y escribir genio con “j”. Por todos estos altibajos de la existencia humana, hoy día ya no resulta raro ver entre rejas al que un día juró ante la Biblia un compromiso de honor. Es que con la misma boca que dice ¡Si juro! expresa las más indignas mentiras. Con esa misma mano que posó sobre las sagradas escrituras, recibe las coimas y es capaz de cegar la vida. Con ese mismo cuerpo que recibe las hostias por doquier, cómo es posible, que pueda suplantar a los verdaderos intelectuales que no faltan ni siquiera en los rincones más alejados de la tierra. Es que en base a las amistades, y afinidad de criterios malos o buenos se forman cúpulas o cofradías cerradas y los que la conforman ascienden de manera asombrosa y los puestos se reparten entre ellos de tal manera que siempre están en el poder y siempre cuentan con el aplauso convenido de sumisos y serviles adherentes que viven y engordan bajo el árbol frondoso de la corrupción. Por supuesto que no es una regla general. En la danza del acomodo barato no están todos los que son ni son todos los que están. Siempre hay excepciones que están como loco por encontrar la puerta abierta y formar el grupo dorado de excelentes adalides de la patria, según ellos, pero que a pesar de guardar las apariencias, dicha inmensa excelsitud se desvanece a la vuelta de la esquina por ser producto de la fantasía y las oscuras normas de conseguir una posición ficticia muy lejos de la moral y convicciones personales. Ante estas realidades que son imposible de ocultar y que ocurren hasta en las mejores familias, es preciso que cada uno de nosotros se humanice en plenitud y que el fin sea el servir a los demás sin esperar recompensa. Para gusto está bueno ya. No me parece creíble nacer y morir enmarcado dentro del oportunismo, amordazando al que pide la palabra, o comprando el mutismo al que rompe las cadenas de su esclavitud y quiere echarse andar sin grilletes en la mente y en el cuerpo.