Actualmente se vive en una loca carrera contra el tiempo como si tuviéramos la muerte a la vuelta de la esquina.
Nadie tiene tiempo para nada. Cada cual vive en continua competencia y el reloj es su principal verdugo. Es muy común ver en todo momento las caras de preocupación, nerviosismo y desplazarse por las oficinas vertiginosamente porque están sobre la hora, el jefe quiere rápido un informe porque tiene que viajar, están atrasados en sus labores; hay que trabajar el doble porque es fin de mes; en fin una serie de adjetivos por la cual tiene que realizar las tareas con premura como alma que se lo lleva el diablo. Esta característica es muy propia del mundo moderno en la cual se ha creado una psicosis colectiva que a todos los tiene estresados y con los nervios de punta y se hace cada vez más notoria en todas las etapas de la vida. El que ocupa el trono de honor y que de paso se jacta de propender excelencia, todo quiere a la velocidad de un rayo con calidad y eficiencia.
El apresuramiento muchas es originado porque el hombre tiene que multiplicarse en cuanto a sus actividades para subsistir heroicamente. Otra veces por simple manía con el propósito de Otra vez por simple manía con el propósito de aparentar suficiencia como si el hecho de hacer las cosas con rapidez desmedida es la mejor forma para obtener mayor productividad. En realidad cuando la persona se programa desde que amanece el día no hay motivo para tanto laberinto. Esos ajetreos desmesurados, al contrario denotan incapacidad ya que la persona que sabe lo que hace y adonde quiere llegar, tiene todo planificado y no precisa que la gente que está bajo sus órdenes labore en un incesante ir y venir para cumplir con su cometido. Hay que tener muy presente que no todo el que corre más veloz siempre llega a la meta primero. Rompe la cinta del triunfo con hidalguía el que en equipo se traza compromisos y los cumple dentro de los causes de la normalidad e identidad con lo que se propone. Las habilidades innatas y adquiridas se demuestran con hechos y está supeditado a un ritmo que mucho tiene que ver con la importancia y fines de la acción humana. Los objetivos hablan por sí solos y la responsabilidad es la que marca el compás de las realizaciones. La disciplina le pone armonía a todo el conglomerado de sucesos que deparan una función conjunta para beneficio de las grandes mayorías. Desde este punto de vista, no hay espacio ni motivo para que el trabajador consciente de su labor tenga que hacerlo presionado y su centro de trabajo se convierta en una auténtica sala de torturas cuando debe ser un lugar muy agradable donde la persona se sienta segura, reconocida, protegida, querida, respetada y útil. Solo así el hombre produce en toda su magnitud y es capaz de realizar los más grandes esfuerzos en bien del ente que le da la vida. El resto es puro teatro.