LA CAÍDA DE UNA ESTRELLA

El Hombre por ser única especie pensante sobre la faz de la tierra, es necesario que se porte tal como es, o sea que sus actitudes sea el vivo reflejo de su alma.

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Las poses estudiadas, el lenguaje refinado, los aires de opulencia o de  una sabiduría muy  por encima de lo normal, solamente son rasgos de una persona perturbada emocionalmente. En esta vida corta el aparentar lo que no se es, se ha vuelto en una costumbre muy folklórica por cierto por la que muchos individuos muestran una careta que no se acerca ni en sueños. Viven en un ámbito totalmente ficticio, de ensueño, solamente por conservar un status ajeno a sus posibilidades, pero lo hacen para evitar “el qué dirán” o estar a la altura de los que sí tienen recursos como para considerarse en una clase social de acuerdo a sus atributos que luce y  demuestra  libremente. Todo el mundo habla de grandezas, de riquezas, de una sapiencia fuera de lo común y esa falsa bonanza se le va grabando en los hijos desgraciadamente de tal manera que ellos crecen con esa idea y exigen cada día más as sus padres como si fuesen potentados. No aceptan ni llorando que sus progenitores hacen milagros para subsistir, No cabe en sus cabezas llenas de  quimeras su real estado que no es nada halagador. Solamente cuando entran a la adultez, recién empiezan a pisar tierra y es cuando más duele la verdad porque  tan sólo  han hecho el ridículo al creer que tenían aureola de rey y cetro de princesa. Es como un despertar nada grato semejante a la caída de una lucero del ancho cielo sin romanticismo y brillantez en el duro suelo. La soberbia, la pedantería, es un mal de la sociedad que conduce a crear una estrella luminosa de lo que tiene imagen de papel y silueta de barro. Por eso es necesario que sepan los que se han creado un mundo aparte imaginariamente, que la pobreza o la humildad no es delito ni pecado en ninguna parte del universo. Son traumas que han adquirido y padecen de delirio crónico de creerse connotados personajes y tratan de mirar a las demás por sobre el hombro, cuando en realidad son uno más en esta patria roja y blanca. Acaso las grandes eminencias que adornan la historia de la humanidad fueron personas adineradas. Eran totalmente ricos pero en fuerza de voluntad, en perseverancia, en equidad, en espiritualidad. A pesar que llegaron a iluminar la tierra con sus aportes intelectuales, muchos  no conocieron el poder económico ni la fama e incluso hasta murieron sin conocer sus éxitos y más bien  terminaron llenos de necesidades, críticas  y en  completo abandono y orfandad. En este sentido ni la sabiduría es motivo de sacar pecho ya que la ignorancia no es fracaso ni condena. Ante un sabio creído y déspota, mil veces es preferible una persona sin conocimientos pero con calidad humana.

 

 

 

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