Cuando la persona se conoce así mismo, sabe sus límites personales y es capaz de guardar la cordura y en todo momento su palabra se convierte en una luz para todos los que viven sumidos en la oscuridad del tiempo.
Por eso resulta denigrante ver a quienes por un puesto de trabajo, ante la prepotencia de un superior, agachan la cabeza por ser sumisos y sin personalidad pero en la calle y en el hogar se muestran como si fueran grandes personajes de la historia, incluso en su entorno se dan aires de eminencias cuando en el fondo solamente lo único que saben es decir sí ante las ordenes humillantes del jefe de turno. Causa estupor escuchar o leer en los medios informativos a “excelentes profesionales” que por sus conductas erradas, desfasadas, a causa de su orgullo, por creerse superdotados de una inteligencia superior, pero que no le han ganado a nadie; se ponen a hablar de moralidad, decencia, honestidad, equidad, productividad y hasta se atreven a dar consejos a la juventud sobre liderazgo y calidad humana. ¿Qué pensaran, qué el pueblo está muerto? y no sabe de sus incongruencias, de sus conductas inmorales y corruptas que se nota a muchas leguas. El Perú ya está cansado de escuchar a personas que viven al margen de la ley, de líderes de barro y de serviles que se pintan de adalides, guías, santos, motivadores, etc., cuando no son dueños ni de sus propios impulsos por tener una personalidad enfermiza. ¿Puede dar un consejo quien no es capaz de gobernar ni su propia vida? ¿No es una locura atreverse a orientar a la juventud, cuando no se tiene ni el mínimo respeto por sus semejantes? ¿Puede ser un ejemplo quien no practica lo dice?. ¿Hasta cuándo tenemos que estar enterándonos de palabras de aliento para mejorar a la persona de parte de esclavos de su propia ambición e incompetencia? El pueblo no tiene por qué sufrir esta tortura diaria de parte de inconscientes personajes que quieren ocultar el sol con un dedo. Hay que ser sinceros. No estamos viviendo un sueño, no es ficción, sino una real existencia. Por lo tanto, ¡ya basta de falsos individuos! que dicen una cosa pero en el fondo no sin ni la sombra de lo que pregonan. Son farsantes, charlatanes, impostores nada más. Demuestran una posición, una conducta de la cual están muy lejos de ser. Debe haber un código de ética en la cual se les sanciones a esas personas que por dentro son un demonio pero por afuera lucen alas de ángeles. La libertad de expresión debe ser encaminada fuera de la burla y la mentira. Es que todo se llega a saber, cada cual sabe con qué clase de gente convive en la ciudad. Entonces, el que es una despreciable alimaña por dentro y después se jacta de ser una blanca paloma, su verbo resulta un insulto para la población que no tiene por qué escuchar falsedades de mediocres que lo mejor que pueden hacer, es enmendar su vida o de lo contrario callarse la boca porque lo que dicen huele a una broma de mal gusto para la colectividad.