Las crisis que sufren algunos países, no es porque todo el mundo está en crisis o alguna disculpa parecida.
Una de las causas de todo el abanico de razones, es porque impera la suplantación, usurpación de puestos en una gran parte de los sectores del gobierno nacional. Una gran mayoría está ubicada donde no le corresponde gracias a las amistades, compañerismos, partidarismos políticos, comprando el puesto con regalos o dinero, favores personales, familiaridades que no faltan, etc. Hay casos de personas que tienen varias especialidades por medio de estudios superiores y ellos realmente constituyen la excepción de la regla, pero una gran masa laboral no tiene esa formación académica ni practica o es un autodidacta comprobado; por lo tanto improvisa su labor bajo la venia del que tiene el poder y considera que vasta ser se su agrupación política para ser dueño del escaño que le da la vida. Ocurre también por simple protagonismo, o la palabra tan manoseada que “soy líder” y empieza agitar las masas llevado por intereses personales y así la pasan toda su vida asegurando primero a su familia y allegados. Así cualquiera se sacrifica, según dicen en bien de las “clase oprimida”. La culpa no tiene quien aparenta un cristalino liderazgo sino quienes les creen tercamente a ciegas o por conveniencia que es lo más común en nuestros tiempos. Por trabajo o comodidades, hoy día son rojos, mañana blancos, al día siguiente verdes, en fin, depende del cinismo que habita en sus entrañas y hace que se porten así. Por esta folklórica costumbre muy arraigada en estos tiempos modernos, por hacer noticia, aparentar conciencia regional, identidad con la tierra, aparecer como verdaderos adalides de la cultura del pueblo; se viste de blanco hasta el demonio y pregona calidad humana. De la noche a la mañana se hacen nombrar, elegir y hasta juran de rodillas cumplir con sus propuestas y empiezan en su ridícula acción de la cual no saben ni por dónde empezar. Nos imaginamos que pensarán que viven en un suelo de ciegos y sordos en la cual nadie se va a dar cuenta de su afán y enfermizo deseo de figuración a costa de los verdaderos baluartes del devenir patrio. Antes estos inútiles alardes de querer sobresalir sin tener las cualidades suficientes; es preciso reflexionar El talento no se vende en el mercado de abastos, nace con uno, o se adquiere, se cultiva y desarrolla con la atención voluntaria, el autodominio personal y la experiencia. No se puede esperar encontrarse en la última curva de la existencia para emerger como dotado de intelecto; y querer convencer a una colectividad que mira incrédulo y atónito los desplantes de sabiduría de algunas personas que no la tienen ni en sueños ni la tendrán tampoco porque esa cualidad está asignada para los que tiene espiritualidad y no para los que a última hora quieren subirse al coche de la popularidad por la que se convierten en el hazmerreír de la ciudadanía por su pública e insultante inmadurez. Lo mejor que pueden hacer es quedarse callados y dedicarse en silencio a lo que si saben hacer y se han preparado y el pueblo se los agradecerá eternamente y si ya cumplieron su ciclo laboral, a gozar de un retiro honroso ya que solamente las eminencias y de conocimiento no común, pueden seguir en la batalla porque no hay otros iguales, pero el que ha sido uno más y no le ganado a nadie ¿para qué seguir estorbando? Más bien dejar el campo libre para el que a fuerza de sacrificio y coraje se ha labrado una senda en bien de la región y que hoy día descaradamente es invadida, por inconscientes oportunistas, según ellos “valores” “baluartes” que tratan de llevar al desarrollo a esta tierra del Señor. Ya no más mentira por favor, que nadie se está chupando el dedo. ¿Hasta cuándo vamos a vivir engañándonos bajo un mismo cielo, entre nosotros mismos como si fuéramos enemigos? Está comprobado que la falsía es la peor forma de vivir y gobernar. La sinceridad y ser conscientes de sus capacidades, debe prevalecer ante la ambición de sobresalir. Para que seguir aparentando, fingiendo, si todos nos conocemos y se sabe hasta demás de que pies cojean.