Es muy común y ocurre en la vida diaria.
Además todos somos testigos de la existencia de personas muy especiales que se les ve principalmente en las oficinas, en el mercado, en las calles, en las combis en las tiendas y dónde será que no existen aquellas seres inconformes que todas sus cosas lo hacen apurados, corren, se exaltan, se agitan, se incomodan, se ponen rojos de ira, se desesperan ante el ecuánime comportamiento de las individuos que no tienen tanta premura o que actúan simplemente con toda la normalidad que exige el momento. El motivo del laberinto que hacen es porque las horas le ganan, que tienen que cocinar, el trabajo está atrasado, les va a llegar una visita, alguien está mal de salud, en fin; una serie de razones por la cual quieren ser atendidos rápidamente ya que no pueden esperar demasiado. No es nada raro ver en alguna dependencia pública, a los honorables jefes con cara de pocos amigos esperando que el empleado satisfaga su pedido en la brevedad posible porque tiene una cita con el directorio de la institución y necesitan un documento con suma urgencia. Quién no ha visto a la eficiente funcionaria de muy nobles pergaminos y muy eficiente según ella porque ha egresado de Harvard; vociferando a viva voz que necesita de inmediato un file y como la secretaria no lo encuentra; grita como si la estuvieren matando y eso que ella se considera poseedora de un liderazgo moderno y con visión de futuro. Entonces como sería si no fuera líder. En un arranque de cólera le puede quitare la vida a cualquiera. Estos defectos de conducta no es otra cosa que una mala distribución de las acciones diarias y todo lo dejan para última hora lo que dice mucho de su personalidad y de los honores que creen merecer. El tiempo alcanza para todo si se le da prioridad a las acciones en su debido momento y se le da la verdadera importancia que se merecen los menesteres del acontecer cotidiano. Si así fuese, se evitaría tantos aglomeraciones, colas, laberintos, perdida de la cordura y sobre todo instantes de terrible enfado. A esta actitud debe ponérsele fin de inmediato, pues no vaya a ser que se haga costumbre y siempre se ande como alma que se lo lleva el diablo y encima, apurados, como locos, renegando de la lentitud de nuestros semejantes como si ellos tuvieran la culpa de nuestro desorden personal. Sobre este punto de desorganización íntima; hay una especie muy conocida y casi siempre son eminentes y connotados hombres públicos, señores de alto rango y categoría que mandan y maltratan a todo el mundo pero ante sus superiores son mansas ovejas y en sus casas de un solo grito de la esposa, muy callados, que bien cocinan, lavan los platos, bañan al perro, dan de comer al gato pero en sus trabajos miran al mundo desde el balcón de su orgullo y ante sus amigos son los héroes de la película a quien nadie le pone un dedo encima porque aún no ha nacido esa persona que se atreva a hacerlo porque si lo hace es hombre muerto. Como hablar no cuesta nada y difícil es cumplir; a pesar de sus caretas de intocables, guardan en lo más profundo de sus corazones una sumisión y servilismo increíble, sabe Dios porque motivo. Hay de todo en este villa del Señor porque sino este mundo no fuera mundo. Con esta frase final termino; es que tengo que comprarle su choclo a mi loro, si no se molesta y se acuerda de toda mi generación. Hasta mañana.