Cuando una persona se traza derroteros de bondad y quiere hacer trascender a su institución o como persona con calidad humana, intenta fijarse nuevos hitos de realización y efectividad con horizontes sociales. De inmediato le salen los opositores en mancha y tratan por todos los medios opacar la gestión del que armado de valor y conocimientos quiere dejar huellas desde el lugar preponderante que ocupa en el devenir patrio.
Nadie puede sobresalir o romper la monotonía e inercia reinante en cuanto a propuestas de transformación o desarrollo total, porque de inmediato salen a la palestra los detractores de turno y si no le encuentran delito alguno, se inventan historias trágicas de tal manera que se dañe la imagen del que aspira tener credibilidad en la población. De alguna u otra manera lo involucran quiera o no y tratan de bajarlo a la mala de su pedestal que se labró con trabajo, creatividad e identidad con las nobles causas de la población.
En un país como el nuestro con diversidad de pensamientos, razas, credos, status sociales, es muy difícil complacer a todos y ser del gusto, sabor y color de las grandes mayorías. La envidia está muy acendrada en ciertas personas y les duele que alguien progrese o tome la iniciativa en tal o cual actividad. No se puede tener sabiduría porque en un segundo, sale a luz el lado oscuro de la persona. Jamás tienen en cuenta que todos sin excepción, estamos sujetos a errores, pero el valor de las personas reside en aceptarlos, reconocerlos, enmendarlos y no volver a cometerlos jamás. Todos estamos sujetos al pecado y el perdón y hacerlo es una muestra de dignidad moral, empezar de nuevo es el primer paso para consagrar la experiencia y generar nuevas rutas de arrepentimiento que determinará un cambio de rumbo. El hombre ha nacido para caer y levantar pero no ha venido a este suelo de Dios para que alguien a propósito lo aplaste y quiera verlo muerto sólo porque es poseedor de virtudes y está llamado, por sus atributos a se un líder de multitudes. No es digno ponerse en contra de la buena fe y voluntad de los que tratan con su esfuerzo, avizorar mañanas sin espejismos, paisajes sin fantasías. Parajes sin ilusiones. Al contrario, apoyarlos en su cruzada de buena voluntad es la voz.
Es deber de cada uno de nosotros empujar el coche hacia senderos de bienestar general de manera global. Es que si hay la posibilidad de lograr la sombra que nos proteja del agobiante calor, no debe ser para unos cuantos sino para todo el que padece de los efluvios del astro rey. La necesidad no es propiedad de unos cuantos, cualquier persona común y corriente o adinerada, en determinado instante, puede encontrarse en extrema necesidad y es ahí cuando se sabe cuan dulce puede ser un pan si se come con hambre. Por lo dicho, no debemos ser juez de nuestros propios hermanos de sangre o atacar con el dardo de la indiferencia y la ingratitud porque simplemente se equivocó. No hay que enfrentarse a nuestros semejantes como si fuéramos enemigos. Digámonos las cosas como son pero con respeto y sin insultos. Existen en la lengua castellana más de 300,000 palabras para comunicarnos entre nosotros, por lo tanto es inaceptable e inaudito, acudir a la palabra hiriente para aclarar algún asunto y dejar mal parado a tal o cual persona. Por este y muchos motivos, cultivar la cultura del éxito es fundamental para tocar el cielo con las manos y vivir en paz vislumbrando nuevas formas de vida en este mundo ancho y pasajero. Dejemos que el hombre diseñe su ruta hacia la eternidad y avizore segmentos de prosperidad si le nace del corazón. No seamos aquel que por que nada hace por eso jamás se equivoca y critique destructivamente a todo el mundo. No hay que olvidar que del error nace el éxito.