LA SABIA NATURALEZA

CUENTO

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Era un  valle de verdor inconfundible, escondido entre atalayas de piedras macizas  que se elevaban imponentes como queriendo alcanzar el cielo luciendo en sus partes más altas su corona de nieve perpetua.

Al pie de tan impresionantes elevaciones, había una vegetación especial en la que daban sus imágenes al sol las queñua, los cactus,  las tunas y completaban tan bello escenario las  vizcachas, el huanaco, venados, perdices, Kiulas y el impresionante suri.

Al fondo  de la quebrada se levantaba un pequeño poblado denominado “EL REFUGIO” Los habitantes del lugar se dedicaban generalmente a la agricultura, al pastoreo y una que otra pequeña industria casera derivada de los productos agrícolas que le brindaba el fértil suelo. Tenía la imagen de un edénico espacio, en la cual se respiraba un aire puro, se constituía en ejemplo del cuidado del medio ambiente porque su gente tenía a la ciudad bien limpia, los desechos eran incinerados en lugares apropiados. Su red de agua y desagüe, aunque un tanto incipiente; funcionaba a las mil maravillas que no había el problema de una posible contaminación. Se dedicaban en sus tiempos libres desde los niños hasta personas mayores a arborizar cuanto terreno sin dueño existía alrededor del campo de acción. Tan es así,  como  a un costado del pueblo atravesaba un río no tan caudaloso pero que todo el año tenía agua cristalina y era hábitat normal del camarón, la liza de río, el bagre y peces de colores. Más en partes donde había la totora, juncos y helechos cantaba al atardecer la escurridiza gallareta. En toda su rivera y partes aledañas, habían implementado aromáticos  bosques en la cual se divisaba el sauce, los molles, la mora, el eucalipto, fresnos, pinos, cedros, huarangos, casuarinas, tulipanes africanos, flora silvestre, etc. En virtud a ello ver en sus ramas las cantidades de aves voladoras como cuculíes,  tórtolas, jilgueros, zorzales; era común entre todos los coterráneos acendrados por muchos años en tan  bello y único paraje. Bajo los arboles  era familiar ver a cuyes y conejos del monte correr vertiginosamente ante la presencia humana y  por la noches aleteaba la lechuza y el búho  en agorero recorrido. Cada amanecer era un grandioso concierto de trinar interminable de las avecillas que le daban al ambiente un encanto acogedor y sutil.  Causaba admiración realmente para los extraños, el gran amor que tenían por las emociones simples en la que predominaba la humildad y el afecto a los seres vivos en general y que lo connotaba como un modelo de resguardo de  la ecología que muy poco se ve en momentos actuales.

La ruleta de los días fue corriendo de manera incontenible y las necesidades aumentaban vertiginosamente especialmente en la juventud y de pronto se percataron con asombro que estaban  talando los árboles discriminadamente y los comercializaban sin tener derecho alguno. Se empezó a rumorear que los cortaban, los hacían secar y luego lo vendían como leña para hacer parrilladas, polladas, el pollo a la brasa. Otros  más avezados, de una manera  rudimentaria, al tronco verde lo enterraban en el estiércol y lo  prendían con fuego hasta que se quemaba lentamente y terminaba convertido en carbón lo que les resultaba un negocio redondo.  Por tal razón los pobladores y autoridades del pueblo tomaron cartas en el asunto y se pusieron hacer rondas nocturnas e inopinadas con tal de detener a los que estaban depredando la natura inconscientemente.

 A parte de ello, al ser un centro rural, siempre existían leyendas, como lo de los desaparecidos, de la bruja, de los duendes y una serie  de seres extraños cuyas hazañas se trasmitían de generación en generación. Muy popular era aquella en la que se decía que había Ninfas entre la arboleda y el río. A propósito de ello las personas más instruidas sabían que en la mitología griega son consideradas las divinidades  subalternas y femeninas de las fuentes, de los bosques, de los montes y de los ríos. Las ninfas son la personificación de las fuerzas de la naturaleza y es sinónimo de náyades, ondinas, etc. Según la tradición, estos seres sobrenaturales ejercían cuidado de lo que consideraban suyo, aunque hasta el momento  no habían señas de ello.

 No faltó quien una mañana informó que había visto ya oscureciendo a señores que habían descargado  cerca al bosque motosierras eléctricas, motores,  machetes y sogas y que se habían  internado en la floresta. Lo cierto es que cada día se encontraba rastros de haber talado más árboles lo que causó alarma en el pueblo y profunda preocupación. Una mañana que hacían una inspección ocular en el bosque, en  medio de la maraña de agresiva vegetación y muy cerca  un árbol frondoso encontraron un pozo  como de cuatro metros de profundidad. Al observar en el fondo, increíblemente se quedaron atónitos y sin poder hablar; divisaron un hombre aparentemente desmayado, con las ropas húmedas y raídas, totalmente sucias. Al sacarlo a la superficie y  auscultarlo se dieron cuenta que aún estaba con vida. Corrieron a brindarle los primeros auxilios y llevarlo al hospital  donde los galenos  lo declararon fuera de peligro después de varios días en estado de coma en la que felizmente recuperó su salud. Posteriormente al ser interrogado sobre lo que había sucedido, solamente indicó que andaba por el bosque y de pronto el piso se le vino abajo golpeándose en la cabeza y de ahí no se acuerda nada más. Lo que si era muy cierto es que la noche anterior llovió torrencialmente en la localidad lo que agravó la situación de la persona en mención. Más al continuar y profundizando las  investigaciones se dieron con  la ingrata sorpresa pues hallaron equipos para talar árboles lo que delató al intruso. Luego se dedujo que ese hueco no era casual si no que le hicieron una trampa en la cual cayo al intentar seguir matando los árboles. Más la mayoría se preguntaba y ¿quién lo hizo? Por la dimensión del hoyo fueron por los menos tres hombres los autores, suponían.

De aquella fecha ya no volvieron a ocurrir nuevos ataques al bosque, todo volvió a la normalidad y la  rutina diaria también. Más cuando se les preguntaba a los más longevos del poblado que tienen una sapiencia increíble, sobre tan extraño caso; decían con toda seguridad y naturalidad que eran “los guardianes del bosque que habitaban en la espesura de la vegetación y en las aguas del río. Habían actuado así ante la inoperancia de los hombres terrenales y  cuidan la naturaleza por ser ellos los propietarios y por mandato divino les pertenece y gozan del poder que le da las secretas dimensiones del cosmos. Si se utiliza el regalo natural para bien de la humanidad, no se perturba su impaciencia, pero si hay daño de por medio, descargan toda su furia por defensores de su heredad y del ser humano”.  Este comentario cobró tanta fuerza que se hizo todo un cuento entre la población y de boca en boca se trasmitía que lo  sabían de memoria  hasta los infantes de la zona. Más algo de cierto hay al afirmar dos enamorados que estaban de paseo  en una noche de luna por el bosque y vieron salir de las aguas mansas  a seres vestidos totalmente de  blanco pero que no mostraban sus  rostros, recorrieron gran parte del bosque, se sentaron  en un lugar bien tupido del verde paraíso y  empezaron a cantar con voces angelicales,  jugaban la ronda, se reían y  abrazaban  y les rezaban a los árboles con devoción infinita. Cuando se dieron cuenta que eran observados, desaparecieron de inmediato sin dejar rastros como por arte de magia. Ante las evidencias muy claras, los pobladores muy conscientes de sus costumbres y acendradas tradiciones levantaron un  santuario en todo el ingreso al bosque y se santiguan  religiosamente al pasar en señal de agradecimiento y respeto a la madre naturaleza porque le da la vida al ser un celoso guardián de su fugaz existencia.

Cuando algún visitante llega para conocer tan afamado  bosque, los ocasionales guías turísticos le hacen saber  el suceso y cada cual escucha extasiado la narración y mira con devoción y regocijo  a tan frondoso paisaje y queda en  la entraña como llama latente, la sensación;  que nos estamos solos en este mundo. Siempre hay un ángel de la guarda que hace justicia  cuando el ser se deshumaniza al incumplir con la misión  que se le  ha encomendado sobre la faz de la tierra, como fruto máximo de la creación.

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