HACIA UN LÍDER MODERNO

Para hablar de excelencia y calidad humana en los tiempos actuales, hay que tener una verdadera vocación de enseñar y de servicio para no claudicar en sus principios en vista que en el entorno en la cual vive todo ciudadano, siempre hay rasgos de inmoralidad en menor o mayor grado que opacan o contradicen lo que se propala a los cuatro vientos en pos de una mejor conducta personal.

En este caso la motivación, por más fuerza de voluntad que se tenga, cae por los suelos ante una muestra de improductividad grupal o prepotencia en base al poder de algún iluminado por la casualidad que representa a una institución. Los fundamentos de una forma de actuar en la sociedad hacia umbrales de gloria existen y se dictan a diestra y siniestra con el mejor de los deseos de lograr un cambio en la mentalidad de la juventud, pero encuentran una gran barrera infranqueable y gratuita en el mismo ámbito que hace lo contrario a pesar que se sabe hasta en demasía que su actitud conlleva a un indigno negativismo.

Ante estas realidades evidentes lo único que queda es seguir preparándose con profunda avidez asimilando lo desconocido, de tal manera que se consoliden diversos conocimientos y de su adquisición se logre cimentar una solidez espiritual que le permita afrontar todo reto que pone a consideración la modernidad. El hombre es capaz de vencer toda inclemencia del tiempo, asumir con propiedad todo rol en bien de las grandes mayorías. Lograr las hazañas más grandes en el devenir de la vida. Coronar con éxito toda proeza en bien de la humanidad, pero para ello es preciso hacer acopio de todo tipo de sapiencia y poder salir airoso en todo evento cotidiano. En esta lucha por más grandeza espiritual tiene mucho que ver la impetuosidad de la persona y su profundo anhelo de trascender en el tiempo y el espacio. No solamente es necesario que sea un almacen o fuente de sabiduría, un superdotado con los más altos lauros en el mundo cognoscitivo, sino que con lo poco que se sabe, proyectarse a la comunidad solucionando problemas y convertirse en una luz ante la angustia e impotencia ajena. Quien visualiza el horizonte de esta manera, es un verdadero adalid del desarrollo sostenido de una comunidad. Lo demás es solamente como una vidriera donde se lucen los regalos más preciosos, plenos de fantasía pero que no llenan el alma de ambrosías por no tener corazón. Es que se puede ser sabio pero si no hay fuerza interior, no vale. En crear rutas de ventura para la gente más necesitada está el valor de los hombres.

En diseñar el camino hacia nuevas auroras esté el valor de un hombre. En delegar sus conocimientos con amor reside la bondad de los hombres, ante la adversidad de un pueblo, si encara con la verdad las desavenencias sociales, recién se le puede considerar un verdadero líder. Más, el que tira la piedra y esconde la mano, o se ampara en la mentira, puede ser de todo, pero menos un adalid de la justicia y guía de un futuro mejor.

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